Treinta minutos antes del mediodía, Saúl se dedica a recoger las jugadas de la lotería clandestina cubana conocida como la ‘bolita’ o ‘charada’, que antes de 1959 era legal y siempre fue muy popular.
Bajo un sol de plomo que le da un tinte de verano al falso invierno isleño, camina por las empinadas calles interiores de La Víbora, barriada al sur de La Habana. A sus 76 años no ha encontrado mejor forma de ganar dinero que ser listero de lotería.
“De nada me valió combatir en Playa Girón y en el Escambray. Me jubilé con una pensión mensual de 207 pesos (alrededor de 8 dólares). Recogiendo apuestas para la bolita me busco todos los días el doble de ese dinero”, indica mientras anota en una libreta escolar la jugada del administrador de un agromercado.
Alrededor de las 12 del día recoge las apuestas de sus mejores clientes. Un grupo variopinto, que va desde el dueño de una paladar, administradores de empresas, un instructor de policía y el gerente de un café estatal en moneda dura.
“Esos clientes juegan fuerte. De 150 a 500 pesos y como mi banco hace dos recogidas diarias, una por la mañana y otra por la tarde, algunos apuestan hasta dos veces al día. Gano el diez por ciento de la recogida, que en un una jornada regular supera los dos mil pesos”, señala Saúl.
A pesar del juego estar prohibido por la Ley, que contempla sanciones entre 2 y 5 años de cárcel, desde principios de los años 80 se practica sin demasiado disimulo en ciudades y caseríos de la Isla.
En la Cuba profunda, se montan vallas clandestinas de gallos donde corre bastante dinero. En la capital existe una docena de vallas, cada una con tres carteles a la semana.
Las peleas de gallos se han convertido en una industria: personas que compran y entrenan bravos gallos de lidia, veterinarios que cuidan de las aves y los dueños de vallas, entre otros.
En aumento van también las peleas de perro. Un espectáculo sangriento y dantesco que genera miles de pesos convertibles en cada cartelera.
Y ya se han convertido en habitual las casas ilegales de juego conocidas como ‘burles’. Otra modalidad son las carreras de autos y motos en las afueras de La Habana. No pocas veces, los vigilantes de esas carreras son policías.
Pero el más añejo de los juegos de apuestas y el más popular es la ‘bolita’. Un entramado que funciona como un reloj suizo.
Desde los 80, cuando las cosas eran al duro y sin guante, Modesto se dedica a la ‘bolita’. “Estuve preso un par de veces. Entonces la policía te acosaba fuerte. La ‘bolita’ debiera ser legal y se evitaría la corrupción policial. Cuando te pillan te ponen una multa. Pero si quieres que tu banco funcione a todo gas, tienes que dar dinero por debajo de la mesa al jefe de sector de la policía o a un peso pesado de la institución. Las personas que tienen negocios prohibidos hacen amigos entre militares y policías para que te protejan el bisne”.
En la ‘bolita’ o lotería ilegal hay de todo. Desde bancos serios y consolidados hasta improvisados y estafadores. El rango de los premios fluctúa. El banco de Modesto paga 90 pesos por cada número fijo premiado, 25 el número corrido y 900 pesos por el parlé, una combinación de dos números.
Es simple. Se juega del uno al cien, también los terminales. Los bancos cubanos toman de referencia el resultado de la lotería de Miami. Otros banqueros, como Rodolfo, residente en la Habana Vieja, paga mil pesos por parlé y 100 pesos por cada número fijo premiado.
Según Saúl hay tres tipos de clientes. “Los habituales, como las amas de casas o gente de bajos recursos que juegan todos los días con la esperanza de ‘pinchar’ un parlé que los ayude para celebrar los quince de su hija o remozar el baño de la casa. Luego están los clientes con pasta de sobra que juegan por ludopatía y la ambición de ganar mucho dinero. Y están los ocasionales, aquellos que tienen un sueño o una cábala y apuestan una suma de dinero a esos números”.
La ‘bolita’ o charada cubana consta de 100 números. Cada uno tiene un significado y algunos dos o más. Por ejemplo, el 2 es mariposa y dinero; el 5 monja y mar; el 15 perro y niña bonita; el 37 bruja, gallina prieta y hormiga y el 100 inodoro y automóvil.
Pasadas las 3 de la tarde, Josuán se llega a la carnicería de su barrio, para conocer cuál fue la tirada. “Hace dos meses que estoy apuntando el 45, presidente, y el 14 cementerio, por los rumores sobre la muerte del Fifo. Si salen los dos y ligo un ‘parlé’, monto una fiesta». María Luisa, ama de casa, prefiere apostar por el 64, muerto grande, y el 1, caballo, «pues a Fidel siempre le hemos dicho el caballo».
Ahora mismo, la ‘bolita’ es una pasión nacional. Aunque las matemáticas no se equivocan. Siempre será un mal negocio apostar dinero a una lista de cien números donde solo premian tres. Pero la gente lo sigue intentado. Lo último que se pierde es la esperanza.
Iván García