Me inquieté cuando leí que la exhumación del cadáver de Orlando Zapata Tamayo, fallecido el 23 de febrero de 2010, la harían el lunes 28 de noviembre.
Es que sólo han transcurrido nueve meses de su muerte y en Cuba las exhumaciones se realizan después de dos años o más del enterramiento, siempre y cuando el cuerpo haya terminado su proceso natural de descomposición. Si no, se espera el tiempo que sea necesario.
Entonces, el sepulturero deposita la osamenta en una pequeña caja, y antes de envolverlos en un paño blanco, les echa talco y rocía con colonia, llevados por los familiares. Al menos así se hace en la Necrópolis de Colón, la más grande e importante de la isla.
Según un especialista consultado por la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, organización disidente dirigida por Elizardo Sánchez, «en ningún caso» se autoriza la exhumación hasta que no transcurran dos años de sepultura, excepto que exista una orden judicial para una autopsia, como parte de un procedimiento ante los tribunales, «lo cual no concurre en este caso». En un comunicado, Sánchez dijo que «el régimen estaría vulnerando reglas y ordenanzas sanitarias que regulan la actividad de los cementerios en Cuba».
Al doctor Jorge González Pérez, médico forense encargado de la exhumación de los restos de Orlando Zapata, lo conocí en agosto de 1994. Fue cuando estaba acompañando a Santiago Córcoles, periodista enviado a La Habana por el diario español ABC, para reportar la estampida migratoria que se produjo después de la protesta popular el 5 de agosto y que quedara conocida como Maleconazo.
Extraoficialmente se decía que la cifra de balseros rondaba los 30 mil, la cuarta parte de los que se fueron por el Mariel en 1980. Al ser muy precarias las balsas, corrían rumores sobre cuerpos flotando cerca del Malecón y otras zonas costeras. Nos dijeron que algunos podrían haber sido velados en la funeraria de Luyanó. Córcoles y yo allá nos fuimos.
En la funeraria lo negaron y nos dijeron que fuéramos al Instituto de Medicina Legal, en Avenida Boyeros y Calle 26, que allí nos podrían informar. Después de esperar cerca de una hora, nos recibió el director, Jorge González Pérez, un tipo trigueño y bigotudo con tremenda pinta de ‘seguroso’.
Nos recibió agresivamente. Poco faltó para que nos esposara y mandara a detener. Con la prepotencia característica de los que trabajan para la policía secreta, espetó a Córcoles:
-¿Dónde está tu autorización? Ah, pero ni siquiera estás acreditado como periodista extranjero en el Centro Internacional de Prensa…
A renglón seguido, de forma despectiva me preguntó:
-Y tú, ¿dónde trabajas?
-Pertenezco a los Servicios Informativos de la Televisión Cubana, pero lo estoy acompañando a título personal. No tiene nada que ver con mi trabajo.
Abrió la puerta de su oficina, para que inmediatamente nos fuéramos. No sé si antes o después de recibirnos informó al Departamento de Seguridad del Estado.
El periodista español se salvó en tablillas. No lo expulsaron de Cuba porque se fue al día siguiente de nuestra visita a la morgue habanera. Días después, a mí me citó Danilo Sirio, entonces vicepresidente, hoy presidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión. Luego de una reprimenda, me aconsejó que la próxima vez no utilizara mi condición de periodista del Noticiero Nacional de Televisión. Fue en vano aclararle que en ningún momento me escudé en mi carnet de reportera para ayudar a Santiago Córcoles, de quien por cierto, más nunca volví a saber.
De quien sí supe, en 2002, fue de Jorge González Pérez. Ya no era director del Instituto de Medicina Legal, estaba de rector en la Universidad de Ciencias Médicas y además de militante del Partido Comunista, era diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular por el municipio San Miguel del Padrón.
Se había vuelto ‘famoso’ por haber estado al frente del equipo de especialistas encargados de la identificación de los restos del Che en Bolivia. Por una foto aparecida en Granma, vi que seguía usando el bigotón típico de los ‘segurosos’ criollos.
Ocho años después, he vuelto a saber de la ‘estrella forense’. Ahora nada más y nada menos que como responsable de la exhumación de los restos de Zapata Tamayo, que estaba prevista para el lunes 28 de noviembre, pero fue suspendida al no tener la familia confianza en los asesinos de Orlando.
Desde La Habana, Elizardo Sánchez acusaba al régimen cubano de organizar, con la exhumación y cremación del cadáver de Orlando Zapata, «una especie de película de horror, en su apuro para sacar del territorio nacional, de cualquier manera y lo antes posible, los restos sagrados del joven mártir negro».
Una vez incinerados, las autoridades habían prometido a su madre, Reina Luisa Tamayo, que podría llevárselos en una urna funeraria a Miami, donde ella y su familia han decidido exiliarse.
Tania Quintero
Foto: Tumba de Orlando Zapata Tamayo en el cementerio de Banes, Holguín.