Antes de 1959, cuando se acercaba el 28 de enero, fecha del nacimiento de José Julián Martí Pérez en 1853 en La Habana, en todas las escuelas públicas, además de preparar y entregar una canastilla a una mujer de la barriada que diera a luz ese día, en los actos cívicos se leían poemas y los coros interpretaban canciones martianas o versos sencillos musicalizados. Los más conocidos (Yo soy un hombre sincero, Si ves un monte de espumas, El príncipe enano, Vierte tu corazón tu pena y Banquete de tiranos), fueron incluidos en el disco Versos de José Martí Cantados por Pablo Milanés, lanzado en Cuba en 1973.
En aquella época, siempre en el mes de enero, en la capital cubana se multiplicaban las visitas a la casa natal de José Martí en la calle que antiguamente se llamaba Paula y en 1925 fue convertida en museo. También a la Fragua Martiana, en Espada y Hospital, y a cuyo director, el historiador Gonzalo de Quesada Miranda (1900-1976), tuve la suerte de conocer cuando cursaba el 6to. grado en la Escuela Pública No. 126 «Ramón Rosaínz», en Monte y Pila, Cerro, donde teníamos una filial de la Asociación de Alumnos de la Fragua Martiana.
Como integrante de esa Asociación, asistí a conferencias impartidas en la Fragua Martiana por Gonzalo de Quesada Miranda, hijo del abogado Gonzalo de Quesada Aróstegui (1867-1915), quien en 1892 junto a Martí participó en la fundación del Partido Revolucionario Cubano en las ciudades de Tampa y Cayo Hueso, en Florida, Estados Unidos.
Los alumnos de 5to. y 6to. grado de las escuelas públicas situadas en Habana Vieja, Centro Habana y Cerro, por ser las más cercanas al Parque Central, los 28 de enero, desfilábamos por las calles, cada uno con una rosa blanca, que luego depositábamos al pie del monumento al Apóstol allí situado. Antes de empezar el desfile, un funcionario o funcionaria municipal de educación decía unas palabras. Una vez finalizado, una banda de música, que si mal no recuerdo era la de la policía, ofrecía un concierto en el cual nunca faltaba Clave a Martí, tema que en mi niñez era muy escuchado, de texto breve, pero contundente:
Aquí falta, señores, una voz,
ay, una voz,
de ese sinsonte cubano,
ese mártir hermano
que Martí se llamó,
ay, se llamó.
Pero falta el clarín de mi Cuba,
pero falta su voz, él se apagó.
Martí no debió de morir,
ay, de morir.
Si fuera el maestro del día,
otro gallo cantaría, la patria se salvaría,
y Cuba sería feliz.
Al menos en La Habana, nunca los alumnos nos disfrazamos de Martí ni tampoco de sus personajes, fueran de La Edad de Oro o de Los zapaticos de rosa: todos los homenajes al Apóstol los hacíamos vestidos con nuestros uniformes escolares.
Esa ‘disfrazadera’ es uno de los tantos inventos maquiavélicos del castrismo, que para adoctrinar y manipular a los niños, ya a partir de los círculos infantiles y la enseñanza primaria, no duda en utilizar la obra y vida, que debiera ser sagrada, de José Martí.
Tania Quintero
Foto: Tomada del periódico Venceremos de Guantánamo.