En una entrevista publicada el 14 de diciembre de 2009 en El Mundo/América, Juan Juan Almeida García me dijo: «No veo la hora en que Raúl Castro me deje salir de Cuba».
Finalmente, su deseo se cumplió. El jueves 24 de agosto llegaba al aeropuerto de Miami, donde le esperaban su esposa Consuelo y su hija Indira.
Los cubanos suelen salir de la isla vestidos de blanco, el color de Obatalá, la Virgen de la Merced del catolicismo, considerada patrona de los cautivos. Pero Juan Juan -en lo adelante J.J.- prefirió ir con una camisa roja, símbolo de Santa Bárbara o Changó, el orisha guerrero.
Debe haber sido porque para poder viajar a recibir atención médica en el exterior, libró una verdadera guerra personal. Al hijo de la enfermera Púbila García y Juan Almeida Bosque, uno de los históricos de la revolución, fallecido en septiembre de 2009, durante siete años le negaron el permiso de salida que otorgan las autoridades de inmigración.
Abogado de profesión, J.J. es un hombre amable y risueño. Perteneció a la contrainteligencia cubana. Y al igual que otros descendientes de líderes revolucionarios, como Vladimiro Roca, hijo de Blas Roca, número uno del comunismo criollo, o Canek Sánchez Guevara, nieto del Che, J.J. se parece más a su tiempo que a su padre.
Lo conocí allá por 1984, cuando los dos pasamos el servicio militar en la misma unidad, en la barriada habanera de Lawton, cerca del Alí Bar, el mítico local donde Benny Moré cantaba en los años 50.
No tuvimos trato directo. Entonces J.J. pertenecía al mundo de los ‘mayimbes’ (altos dirigentes) y yo vivía muy modestamente con mi abuela, mi hermana y mi madre, en ese momento periodista de la televisión cubana.
Veinticinco años después, más viejos y con exceso de kilos, J.J. y yo nos reencontramos. Primero en el apartamento de la bloguera Yoani Sánchez, y luego durante la presentación de un cortometraje del escritor y guionista Eduardo Del Llano.
Después, varias veces más nos volvimos a encontrar. Hablábamos de su padre y de los recuerdos que conserva de las innumerables ocasiones que vio a los Castro, juntos o separados. Como nadie, J.J. creyó en Fidel y su revolución.
Ya no. Hace tiempo se licenció de la vida militar y se convirtió en un crítico sin medias tintas de la gesta a la que su padre dedicó la vida.
En 2009, la editorial española Espuela de Plata le publicó el libro ‘Memorias de un guerrillero cubano desconocido’. En la portada aparece una foto de él a los 5 años, vestido de verde olivo y con un fusil, de pie entre Raúl Castro y una réplica del yate Granma. Pero el más Juan de todos los Almeida todavía tiene mucho que contar.
Iván Garcia