El 26 de noviembre de 2010 coincidió el séptimo año de nuestra llegada a Suiza, con mi vigésimo viaje a Zürich, ciudad tan cosmopolita como Ginebra o Basel. Berna, la capital y sede del gobierno central, es más sobria, aunque igualmente atractiva.
Cuando el 26 de noviembre de 2003, mi hija, mi nieta mayor y yo llegamos a Suiza, pudimos habernos ido a vivir a Zürich, pero preferimos radicarnos en Lucerna, cantón de habla alemana, pese a su fama de «aldea». Pero si damos crédito a una encuesta local, es uno de los mejores cantones para vivir las familias con hijos y las personas mayores, por su tranquilidad y seguridad.
También es muy visitado. Cada año, más de 3 millones de turistas visitan Lucerna y se tiran fotos en sus dos viejos puentes de madera o ante el Monumento al León. Y, por supuesto, compran dulces y chocolate en alguna de sus renombradas confiterías, como Bachmann o relojes en las innumerables joyerías.
Hay menos luces que en Zürich y tal vez no vendan tantos artículos lujosos y de última moda, pero en Lucerna todo es mucho más sosegado. Una tierra hermosa, con su Lago de los Cuatro Cantones y sus montañas, entre ellas la más alta, Pilatus, que desde distintas partes de la ciudad se puede ver.
De Zürich lo que más me atrae no son sus bancos, tiendas y boutiques. Me atraen los zuriqueses, muy parecidos al resto de los suizos de habla alemana, con características muy distintas a las de los suizos de habla francesa, italiana o romanche.
La Confederación Helvética en realidad son cuatro países en uno, con cuatro lenguas oficiales. Y una historia de confraternidad que siete siglos después mantiene plena vigencia, y constituye un buen ejemplo de convivencia para naciones con disputas étnicas, religiosas o idiomáticas.
El martes 25 de noviembre de 2003, de La Habana salimos en un vuelo de Air France. En París subimos a un City Jet, que en unas dos horas aterrizó en Zürich.
Al aeropuerto no he vuelto. Cada uno de los viajes posteriores a Zürich los he hecho en tren, el principal medio de transporte interregional. Desde Lucerna el viaje demora 50 minutos. Me gusta mucho el Hauptbahnhof o estación central de Zürich, la más grande del país. Y en particular la estatua que se encuentra a su entrada. Es de Alfred Escher, considerado el padre de los ferrocarriles suizos.
En La Habana siempre viví cerca de trenes. Primero en el Cerro, en un barrio colindante con Atarés, y a pie se podía ir a la terminal ferroviaria, en la Habana Vieja. Después en la Víbora, donde a pocas cuadra quedaba la parada de trenes conocida por Café Colón.
En Lucerna, a unos cincuenta metros de nuestro édificio, hay una importante vía férrea. El tráfico de trenes comienza después de las 4 de la madrugada y cesa sobre la 1 de la madrugada. Por supuesto, son menos ruidosos, más rápidos y puntuales que los cubanos.
Mi preferido es el Inter City Luzern-Zürich, que pasa cada 25 minutos. Ya he aprendido a distinguirlo, por su peculiar sonido. Tiene dos pisos y es el más largo de todos los que desde la ventana de la cocina o de mi cuarto a diario puedo ver o escuchar. Con sus tres colores, parece una serpiente desplazándose por el paisaje helvético:
Tania Quintero
Lo siento. Que relato tan triste.
Tania, debes de estar como el cubano en Pennsylvania.
http://www.youtube.com/watch?v=jvuONFb4ilA&feature=related
No hay nada como vivir en el lugar que uno imaginó y en el que uno sabe que llegó para quedarse y vivir bien.