Diseños Pescao, un proyecto concebido para ofrecer soluciones decorativas a empresarios extranjeros, estatales y pequeños negocios privados, comenzó a operar hace cinco años en la casa del fundador del negocio, ubicada en la calle Carmen 16, en La Víbora, barrio a treinta minutos en automóvil del centro de La Habana.
Su equipamiento inicial era atrasado tecnológicamente. Lo imprescindible. Un equipo de impresión a color antediluviano. Su dueño Carlos, ingeniero en automatización de 41 años, era lo más parecido al hombre orquesta. Igual operaba la máquina y buscaba nuevos contratos, que por la noche organizaba y limpiaba el garaje que le servía de oficina.
Un préstamo familiar y un crédito del banco estatal Metropolitano fue el capital con el cual comenzó a operar. “En el mundo moderno, el diseño es fundamental en todas las facetas de la vida. Cualquier proyecto de diseño en Estados Unidos o Europa cuenta con una inversión millonaria de dólares o euros. Comencé con menos de 20 mil dólares, que para este tipo de negocio no es nada. Aprendí sobre la marcha y la falta de dinero la suplí con creatividad”, recuerda Carlos.
A pesar de las restricciones del régimen verde olivo a los pequeños emprendimientos privados en Cuba, su empresa goza de fama, credibilidad y buena salud financiera. En una casona de puntal, alto colindante con su domicilio, Carlos armó una atractiva oficina climatizada. En plantilla tiene doce trabajadores. Ellos fueron los encargados del diseño de populares programas televisivos como Sonando en Cuba, En Familia y La Colmenita TV. También de los stands de Havana Club y otras empresas en la Feria Internacional de La Habana. Decenas de bares, cafeterías y restaurantes privados les piden desde la decoración interior hasta el diseño del menú y los uniformes de los empleados.
Sin embargo, por las trabas y prohibiciones para importar, a los emprendedores privados en la Isla se le encarece la compra de equipos, maquinarias de punta, materia prima e insumos.
“Cualquier maquinaria de última generación cuesta más de un cuarto de millón de dólares. Los frascos de tinta, equipos de diseños en 3D y otros materiales tienes que comprarlos a intermediarios que te cobran comisiones carísimas. Lo ideal sería poder importarlo directamente de mayoristas de Panamá o México, a precios más baratos”, opina Carlos.
Cuando usted charla con emprendedores privados, una de sus exigencias al gobierno es la autorización para importar equipamientos o aceptar créditos de bancos extranjeros.
Otro problema a resolver, considera René, dueño de un taller de aplicaciones de software y reparación de equipos informáticos, es eliminar “la estúpida prohibición de no permitir a los profesionales abrir negocios. Esto obliga a muchos emprendedores a realizar falsas declaraciones al fisco o abrir negocios bajo una licencia que no es la suya. En la práctica, a pesar de la prohibición, miles de profesionales están trabajando por su cuenta por debajo del tapete. Y lo hacen sin pagar impuestos. Lo más inteligente es legalizar todo ese entramado, porque aporta un valor agregado que no generan los negocios de hospedajes, paladares y otros de servicios. Es absurdo que el gobierno frene el progreso. Hay que borrar de la mente esa primitiva concepción de que la riqueza es un delito perverso. El Estado lo que tiene que combatir es la pobreza. Y la función del sector privado es crear riqueza”.
Como los profesionales no tienen el consentimiento del régimen para abrir negocios, los que existen funcionan en un limbo jurídico o en un marco de ilegalidad. Sahily, abogada, sueña con fundar un bufete que asesore a firmas extranjeras y propietarios de negocios privados y a cualquier persona le ayude a realizar los trámites burocráticos. «El gobierno debiera entender que no puede ser juez y parte. Los empresarios foráneos no suelen confiar en la justicia administrada por Estado, prefieren que bufetes privados los asesoren. Pero de momento, el gobierno no acaba de darse cuenta que si quieren ver crecer las inversiones extranjeras, tienen que cambiar el marco jurídico y permitir la participación de particulares, si así lo desearan los dueños de firmas interesadas en establecer negocios en Cuba”.
Enrique, arquitecto con diez años de experiencia, piensa que “ya es hora que el Estado permita a los arquitectos y proyectistas crear sus propios despachos. Es necesario que exista un plan maestro de lo que no se puede hacer en materia constructiva. Ya en el país existe un segmento de ciudadanos que puede costearse los diseños de sus casas y negocios. Con esto se garantizaría una mejor calidad y se superaría la improvisación y chapucería actual en la construcción de viviendas a cargo de obreros particulares que no cuentan con una asesoría profesional”.
En diciembre de 2016, un grupo de emprendedores privados tuvo una reunión de trabajo con funcionarios de la ONAT (Oficina Nacional de la Administración Tributaria), institución que rige el trabajo por cuenta propia en Cuba.
Una fuente bien informada dijo a Diario Las Américas, que “se plantearon todas las limitantes que actualmente existen por parte del gobierno y se expusieron propuestas novedosas. Si algo ha demostrado el sector privado, es que en servicios y asesorías, entre otros, funciona mejor que el Estado. En los últimos siete años nunca hemos dejado de crecer. Se calcula en más de un millón doscientos mil los cubanos que laboramos en cooperativas no agropecuarias o en negocios particulares. Creo que nos hemos ganado el derecho a que el gobierno nos escuche. En ese primer encuentro no hubo compromisos, pero los funcionarios gubernamentales tomaron notas.”
Como en cualquier faceta de la vida, los trabajadores particulares aspiran a crecer en cantidad y calidad. Consideran que el emprendimiento privado no es el problema: puede ser la solución de cosas que no funcionan en Cuba.
Iván García
Foto: Diseñadores de la tienda Clandestina, Habana Vieja. Tomada de La ‘revolución’ de los emprendedores, Cubanosomos, 4 de febrero de 2018.