La brigada estatal del acueducto llegó un viernes en la mañana a un barrio de la Víbora y a mandarriazos, destrozaron las aceras para instalar relojes contadores de agua a cada domicilio. Las lluvias caídas en octubre transformaron en un lodazal las zanjas abiertas. Muchas de las conexiones filtraba agua a raudales. Seis días después, tras las quejas y llamadas de los vecinos a la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de la capital, en un camión desvencijado de la era soviética, otra brigada reparó los salideros y taparon las zanjas. El trabajo fue una chapuza. Los parches de cemento en ...
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