1997 fue un año especialmente represivo para el periodismo independiente cubano. Marcó el reinicio, con nuevo ropaje, de los actos de repudio instaurados por el gobierno de Fidel Castro en 1980 con la intención de humillar y desmoralizar públicamente a quienes pretendían dejar el país por el puerto del Mariel.
Raúl Rivero los definió con exactitud: linchamientos verbales. Y el propósito era ése, “lincharlo” a uno con palabras. El ingrediente principal: un centenar de fanáticos e incondicionales del régimen, dispuestos a intimidar gritando improperios, ofensas y calumnias, según un guión previamente diseñado por siniestros cerebros del Departamento de Seguridad del Estado.
En el 97 una docena de periodistas independientes, casi todos de Cuba Press, tuvimos que soportar delante de nuestros domicilios a esas jaurías vociferando durante dos horas seguidas.
Yovani tenía 17 años y fue testigo del acto de repudio que la Seguridad del Estado me organizó la noche del lunes 10 de febrero delante del edificio donde vivía con mi madre de 82 años, mis dos hijos, mi nuera y mi nieta, entonces de dos años y medio.
-Fue algo alucinante. Si no lo hubiera visto, no lo hubiera creído. No imaginé que la revolución fuera capaz de semejante bajeza ni que hubiera gente tan miserable que se prestara a hacerle eso a una mujer de tu edad, me diría al dia siguiente Yovani.
Entre los movilizados aquel lunes había un hombre de la raza negra que estuvo a punto de morir en Angola. “Llegué del trabajo y en la casa encontré una citación urgente. A las 8 de la noche debía estar en Carmen y 10 de Octubre. Pensé que sería para una de las tantas actividades a las cuales los militantes estamos obligados a asistir. La noche era fría y había mucho viento. Habrían unas 90 personas y continuaban llegando. Le pregunté a una compañera y me respondió que tampoco sabía el motivo de la citación. En eso empezó lo que pensé sería un acto político y resultó ser un mítin de repudio contra la periodista Tania Quintero, una mujer de 55 años, respetada en el barrio. Sentí tanta rabia y vergüenza que di media vuelta y me fui”, le confesaría después este hombre a un amigo común.
Quien sí no se avergonzó y hasta el final me ofendió fue Antonio.
-¿Y ese quién es?, le pregunté a la persona que una vez terminado el “linchamiento verbal” me contó hasta el más mínimo detalle.
-Tania, es ese tipo grande, gordo y maricón que hace poco se mudó pa’la cuadra.
-¿Sí, y dónde vive?
-En un pasillo, en la acera de enfrente.
-Pues no tengo la menor idea de quién se trata.
Los vecinos habían quedado desconcertados por la virulencia del sujeto. “Hay que cuidarse de él”, comentó un viejo jubilado. Y añadió: “Pero sin perderlo de vista”. Quizá por ello muchos ojos lo seguían al verlo entrar y salir de su vivienda.
Cuando Antonio y yo coincidíamos en la cola del pan, la bodega o la carnicería y estaba presente alguien del vecindario que recordaba su rol de mercenario en el acto de repudio, el aire se volvía tenso. Conocedora de la expectación generada, me mantenía inmutable. A fin de cuentas, los vecinos no querían un enfrentamiento verbal. Ellos sólo deseaban que una vez, aunque fuera una sola vez, su mirada se cruzara con la mía.
Me fuí de Cuba el 25 de noviembre de 2003 sin que Antonio supiera que aquella mulata canosa con quien tantas veces coincidió en las colas era Tania Quintero. La misma a la que a él, sin conocerla, la noche del 10 de febrero de 1997 su intolerancia lo había llevado a gritarme una consigna surrealista ¡Que le quiten la ciudadanía!
Tania Quintero
Foto: Screaming But Unheard, del pintor inglés Neil Houghton.