En 2009, dos historias falsas mantuvieron a la opinión pública mundial pegada a los televisores. La primera, inventada por un boliviano «enviado de dios», que llenó de tierra y le puso unos cables a una lata de refresco, se montó en un vuelo Cancún-México DF y mantuvo por cerca de una hora a Televisa trasmitiendo lo que parecía ser una amenaza de bomba terrorista. La segunda, un padre sinvergüenza, en Estados Unidos, que no tuvo a menos utilizar a sus hijos menores de edad y a su mujer, con un globo por él confeccionado, y donde supuestamente viajaba su hijo de 6 años.
Todas las grandes cadenas estadounidenses hicieron el ridículo, pero ninguna como la CNN, donde padres y sus tres hijos fueron entrevistados durante casi una hora, en vivo, en el programa de Larry King. Pero el padre no contó con el pequeño, quien inocentemente dijo la verdad: que todo había sido un show. Para atenuar la condena, los padres se declararon «culpables».
Aunque en Cuba pocos pueden acceder a internet, pero unos cuantos alquilan antenas que por 10 o 20 pesos cubanos convertibles pueden ver programación de la televisión de Miami, me imagino que enseguida se enteraron de las dos «noticias». Y a más de uno debe habérsele iluminado el bombillito de la creatividad, porque con la chispa que los cubanos tienen para inventar…
Y en eso casi todos en Cuba se parecen, sean civiles o militares, ateos o religiosos, negros o blancos, profesionales o desempleados, militantes del partido o disidentes. Aunque se supone que en Cuba el sistema es socialista, algunas premisas capitalistas las han hecho suyas. Saben que lo que no se anuncia no se vende. No reporta dinero y, sobre todo, pasaporte, visa, billete de avión…
A la mente me vienen un tal Miguelito y una tal Mary, matrimonio de la raza blanca los dos, que en contubernio con la Seguridad del Estado, en los años 90 brindaron su casa a la prensa independiente. Pero como eso no era suficiente para lograr su objetivo final, irse pa’la yuma, un día ella fue noticia por haber sido supuestamente golpeada, cuando caminaba por la calle Zapata (para completar el humor negro, vivían a una cuadra del Cementerio de Colón).
También recuerdo a Emilio, blanco, alto, quien le alquilaba su impecable Lada azul prusia al Grupo de Trabajo de la Disidencia Interna, en 1996-97. Un tipo que cuando los cuatro autores de La Patria es de Todos (Martha Beatriz Roque, Vladimiro Roca, Félix Bonne Carcassés y René Gómez Manzano) fueron detenidos, enseguida le llegó la salida del país.
Ese mismo Emilio siempre que recogía a Vladimiro en su casa, en Nuevo Vedado, para llevarlo a alguna entrevista, daba la vuelta y doblaba por la Ave nida Kohly, por donde queda la embajada checa. Pero el 21 de enero de 1997, Emilio cogió por otra calle. Para que Vladimiro no se diera cuenta del operativo y avisara del gran operativo montado por la Seguridad, para cuando detenernos, como nos detuvieron, cuando salimos de una cita en esa sede diplomática a Juan Antonio Sánchez y a mí, los dos periodistas independientes de Cuba Press.
Cuando por 10 de Octubre, el municipio habanero donde vivía, se regó que me había hecho periodista independiente, a cada rato recibía toda clase de visitantes, para que les hiciera una carta haciendo constar que eran «activistas de derechos humanos y perseguidos políticos». Uno de esos peticionarios era pariente mío, quien la cogió por ir todos los sábados con el mismo tiquitiqui.
Los suizos no me dieron asilo político a mí, a mi hijo, a mi hija y mi nieta mayor porque le cayéramos bien o tuviéramos «palanca». No. Si no porque no hice historias del tabaco, llené un formulario de 25 páginas con situaciones concretas, fechas, nombres y apellidos, sin videos ni fotos. Bastaron mis palabras escritas en La Habana, y posteriormente las orales, en la oficina federal de refugiados, en Berna, Suiza.
Si los cubanos todos tienen que darse a respetar, más lo tienen que hacerlo los disidentes y periodistas independientes. No exagerar y menos meter forros. Tampoco por la más mínima cosa armar un espectáculo, para llamar la atención afuera. Porque el día que sea de verdad, la gente va a dudar, no se lo va a creer.
En la mañana del 8 de marzo de 1991, mi casa fue registrada, pistola en mano, por un operativo del DSE (Lada con placa particular y todos de civil) y mi hijo Iván llevado detenido. Y yo no formé ninguna alharaca, no llamé a ningún corresponsal extranjero.
Como me habían cortado el teléfono, fui a casa de una vecina y llamé a Enrique Román, el presidente del ICRT, el organismo donde trabajaba. Y después a la oficina de Carlos Aldana, quien por su puesto de secretario ideológico se ocupaba de los periodistas.
En una 174 me fui hasta el Comité Central, luego de contar lo ocurrido, me concertaron una cita con el segundo jefe del DSE, a las 4 de la tarde, en Villa Marista. Allá me fui, sólo con café en el estómago, en una 203, ruta que creo ya no existe y lo dejaba a uno en la parada de la calle Anita, por donde entran los carros, a un costado de Villa Marista.
Y así, yo sola, sin involucrar a nadie de mi familia, ni a mis amigos, ni a mis vecinos, y menos a la prensa extranjera, logré que a mi hijo, Iván García, y a los otros tres jóvenes detenidos, les quitaran la acusación de «actividades contrarrevolucionarias», les pusieran «propaganda enemiga» y no los enjuiciaran, donde la condena podría ser de 6 a 15 años.
Iván estuvo 13 días en un calabozo, a toda hora interrogado y presionado, dos veces lo pude visitar, en presencia del instructor del caso. El 21 de marzo a las 10 de la noche un oficial negro del DSE lo dejó a la puerta de nuestro edificio.
Mucho tiempo después, Iván contó detalles de su detención. Detalles que probablemente sirvieron a algunos para redactar esos «cuentáme tu vida disidentes», que en Cuba se suelen confeccionar, para tratar de obtener la condición de refugiado político, especialmente en Estados Unidos.
Esa mentalidad de «todo vale» para irse legalmente del país es bien vista por muchos cubanos. Pero es peligrosa. Inflar globos, entremezclar verdades con mentiras, buscar testigos y avales falsos, concertar matrimonios por dinero, no sólo desacredita a la persona, sino que puede acostumbrarla a vivir con peligrosos disfraces.
Tania Quintero