Armando, un campesino que cultiva plátanos y boniatos en un caserío de la provincia Las Tunas, a poco más de 600 kilómetros al este de La Habana, cada mañanas, después de tomar café y prender un tabaco torcido a mano, conduce su rústico carretón tirado por un caballo hasta una fuente de agua para llenar cuatro bidones metálicos que luego utiliza en la siembra y el consumo familiar.
“En Las Tunas siempre hay crisis con el agua. Este año ha llovido con ganas y las presas están llenas, pero el problema del abasto de agua a la población y los campesinos dedicados a trabajar la tierra no mejora. Al contrario. Estamos peor”, opina Armando y añade:
“Tenía una turbina, pero el pozo se secó y el equipo se me rompió. De eso hace cinco años. Luego tu vez en la televisión a los funcionarios del gobierno, que jamás en su vida han cogido una guataca, hablando de aumentar las cosechas y producir más alimentos, pero son incapaces de asegurar el agua para los cultivos, no hay fertilizantes ni semillas de calidad y te venden en divisas el combustible”.
Según Armando, en su zona el agua potable “entra cada 28 o 30 días. Un chorrito miserable, sin presión ninguna. La gente ha tenido que comprar tanques plásticos y hacer cisternas donde pueden almacenar agua. Como si estuviéramos en el siglo XIX, las mujeres van a lavar la ropa a un arroyo”.
Damián, ingeniero hidráulico, considera que “el gobierno no ha sabido encontrar soluciones que contribuyen a paliar la crisis del agua, sobre todo en la región oriental. Llevan más de quince años construyendo un trasvase de agua que supuestamente mejorará el abasto de agua destinada al consumo humano y la agricultura. Han gastado miles de millones de pesos y dólares y no han resuelto el problema. En Cuba hay suficientes presas. Si se hubiera invertido más en darle manteamiento a esos embalses, comprar motores, plantas potabilizadoras modernas y regadíos por goteo, no estuviéramos en este punto muerto. Se pusieron a construir el Trasvase Este-Oeste de Holguín, obra faraónica por orden de Raúl Castro, cuando con un tercio de ese dinero se hubieran buscado mejores soluciones a los problemas del abasto de agua”.
La provincia de peor situación es Santiago de Cuba, 957 kilómetros al este de La Habana. En la ciudad existen barriadas y repartos donde el ciclo de agua es cada cuarenta y cinco días. A un costado de la terminal de trenes, una edificación de tejas acanaladas y tubos de aluminios con un toque que recuerda la arquitectura del realismo soviético, Sergio, chofer de un taxi particular, cuenta los ‘inventos’ que hace para recolectar el agua.
“Vivo en Chicharrones, un barrio marginal donde lo habitual es beber chispa de tren, y me he visto obligado a transformar mi casa en una pecera gigante. En la azotea construí una cisterna y otra en el portal. Además tengo dos tanques de 55 galones dentro de la vivienda. Así y todo, a veces tengo que comprar agua a los aguateros, que por la inflación, por cada cubo te cobran 50 pesos. Esa gente abre un hueco en cualquier parte para descubrir algún pozo o manantial de agua subterránea. A pesar de las lluvias, el abasto de agua en Santiago sigue cada cuarenta y pico de días».
«En Cuba si no es Juana es su hermana. El gobierno siempre busca una justificación. Ahora dicen que algunos motores que tiran el agua para la ciudad de Santiago están rotos o no tienen suficientes productos potabilizadores de agua. Y por supuesto, la culpa la tiene el bloqueo yanqui. No ponen una. Malo el transporte, apagones de cinco o seis horas, no hay comida ni medicinas y el agua es casi un lujo», afirma Sergio.
Un residente de Cumanayagua, municipio de la provincia de Cienfuegos, a 350 kilómetros al este de La Habana, cuenta que «hay sitios donde se pasan un mes sin agua. La gente ha escrito cartas al primer secretario del partido, pero sigue sin resolverse el problema. Vamos a tener que tirarnos pa’la calle y gritar Díaz-Canel singao, a ver si el gobierno se pone las pilas”.
En La Habana, debido al elevado por ciento de ciudadanos abiertamente descontentos con el régimen, mayor movilidad social por la cercanía de sus municipios y visibilidad internacional por estar emplazadas las embajadas y la prensa extranjera, “la capital recibe atención priorizada del gobierno. Seis patanas turcas están generando electricidad para evitar apagones. Y aunque casi el 70 por ciento del transporte público del país está parado por roturas o falta de combustible, en La Habana se intenta que circulen la mayor cantidad de ómnibus», dice un funcionario municipal.
“Es que la capital es un polvorín. Mientras en otras provincias no hay una guaguas que lleguen a las comunidades montañosa, aquí tratan de que no falte el combustible para los taxistas particulares. Este verano las autoridades han puesto vehículos de empresas y escuelas para transportar personas a la playa. Pero los problemas se acumulan y la gestión de muchas instituciones no siempre es buena. La situación del agua en La Habana, como en todo el país, no es un fenómeno nuevo, es acumulativo, viene de hace años. La falta de previsión y un grupo de eventos fortuitos provocaron la actual crisis del agua. Pero así y todo, en la capital la distribución del agua, es cada tres o cuatro días. En otras provincias el ciclo es de un mes y hasta de cuarenta días o más”, explica a modo de justificación el funcionario.
En las últimas dos semanas, el déficit en el abasto de agua potable ha afectado a más de 200 mil personas en La Habana, especialmente en los municipio Marianao, Lisa, Playa, Centro Habana, Habana Vieja, Arroyo Naranjo y varias zonas de Diez de Octubre. “Hemos estados cinco días sin que entre una gota de agua. Y cuando viene el agua llega sin presión y no te llena la cisterna”, indica un vecino de Los Quemados, Marianao.
Las autoridades alegan que debido a descargas eléctricas, en los equipos de bombeo se produjeron 158 averías durante el mes de junio. Se han dispuestos 62 camiones cisternas para repartir agua en las localidades más afectadas. “Pero son insuficientes. Se necesitan al menos 200 pipas”, revela un ingeniero de Aguas de La Habana.
Leticia, ama de casa, critica “el mal trato a la población y las mentiras que te dicen. Tú llamas para resolver una pipa y te caen a cuentos. Nunca aparece. Pero si pagas seis mil o siete mil pesos, en veinte minutos está el camión en la puerta del edificio”.
La crisis del agua ha originado un entramado de negocios en el mercado informal. En La Habana, algunas personas cobran 100 pesos por cargar cada cubo agua y se ha duplicado el precio para llenar un tanque de doscientos galones: mil a mil 500 pesos. De momento, alega el gobierno, la crisis puede extenderse hasta finales de agosto, cuando se espera arribe una embarcación con equipamiento nuevo que permita mejorar el abasto de agua en la ciudad.
“Los que gobiernan este país son unos irresponsables. ¿Cómo es posible que no tengan cables para enrollar un motor averiado? ¿O un stock de piezas de recambio en un almacén que sustituya los equipos rotos? Si le calientas la calle, al momento te ponen el agua”, expresa Leticia.
Mientras en los últimos dos años muchos cubanos consideran que las protestas callejeras es la vía más efectiva para resolver sus problemas, el régimen, inmutable, sigue culpando de su mala gestión al embargo estadounidense. Y la solución pasa por la llegada de un barco extranjero.
Iván García
Foto: Después de llenar dos tanques de agua, un hombre los traslada a su domicilio por una calle de La Habana. Tomada de CubaNet.