Armando, un campesino que cultiva plátanos y boniatos en un caserío de la provincia Las Tunas, a poco más de 600 kilómetros al este de La Habana, cada mañanas, después de tomar café y prender un tabaco torcido a mano, conduce su rústico carretón tirado por un caballo hasta una fuente de agua para llenar cuatro bidones metálicos que luego utiliza en la siembra y el consumo familiar.
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