Varios gatos buscan residuos de comida en un recipiente desbordado de basura. Alrededor del depósito, otra montaña de desperdicios. Dos tipos con ropas andrajosas hurgan entre los escombros y en una carretilla improvisada amontonan trozos de ladrillos, latas vacías de cervezas y botellas de cristal. En la misma esquina, por una cañería rota de aguas albañales, corre el excremento y la orine. Hace dos días que el camión de basura no pasa a recoger los desechos.
Los vecinos de la zona tiran las bolsas con desechos en cualquier lado. Ana Gloria, profesora universitaria, dice que el barrio donde reside le recuerda a Luanda en los años 80. “El país estaba en guerra civil y los servicios públicos apenas funcionaban. La gente tiraba la basura desde los balcones y orinaba en la calle. El hedor era tremendo. Treinta años después, por un contrato de trabajo, estuve de nuevo en Luanda. El cambio ha sido increíble. Un enjambre de rascacielos y la higiene ha mejorado notablemente. Pero en La Habana ha sido a la inversa. Cada vez más mugrienta y repleta de roedores. Y la escasez de jabón, champú y detergente provoca enfermedades como la sarna”.
Diego, funcionario de servicios comunales, reconoce que “la limpieza e higienización de La Habana es deficiente. Excepto el Vedado y Miramar o los barrios de Atabey y Siboney donde viven los pinchos (dirigentes), en el resto de la capital la suciedad y acumulación de basura es un problema grave. La población tampoco ayuda. Botan los desechos fuera de los tanques, se roban las ruedas de los depósitos o los rompen. Es imposible tener una ciudad limpia si las autoridades no garantizan el equipamiento y el combustible necesario. Y gracias que Japón donó 110 camiones de basura a La Habana. Pero son insuficientes. Se necesitarían alrededor de 200 y en algunos barrios recoger dos veces al día. Tampoco tenemos camiones cisternas para limpiar las calles. Ni siquiera los barrenderos tienen escobas. No existe un sistema funcional de reciclar la basura. Sin temor a equivocarme, creo que La Habana, Puerto Príncipe y Caracas son las capitales más sucias de América Latina”.
Pero la mala gestión de la recogida de basura es uno entre las muchas dificultades que afectan los servicios públicos. La lista es extensa. El transporte urbano, por ejemplo, es un caos. En una ciudad como La Habana, de dos millones y medio de habitantes, según Nelson, jefe de turno de una terminal de ómnibus, “se necesitaría no menos de dos mil ómnibus y no menos de cinco mil taxis estatales que complementen la movilizad junto con los transportistas privados. Lo ideal sería tener trenes suburbanos o un metro, pero la construcción de un metro es carísima. En los años 80 por la ciudad circulaban 2,500 guaguas y viajaban con pasajeros colgando en las puertas. Imagínate en 2021, con mayor cantidad de habitantes y solamente circulande 400 a 500 ómnibus diariamente”.
Hilda, ama de casa, argumenta que “la eficiencia de un gobierno se mide por el buen funcionamiento de los servicios públicos como correos, recogida de basura, acueducto, transporte, gas y electricidad. Pero en Cuba, desde hace 62 años, ninguno de esos servicios funciona. Todos son pésimos. Desde que te levantas, encuentras un problema diferente. No entró el agua, las calles están desbaratadas, coger una guagua es una odisea, la basura se desborda en las calles y volvieron los apagones de varias horas al día. Cualquier ciudadano tiene todo el derecho del mundo a reclamar un nuevo gobierno. Olvidémonos de la política. Simplemente el gobierno nuestro es un mal gestor de los servicios públicos. A ello se añade que no hay comida, una situación también imputable al Estado”
Diario Las América le preguntó a veinte personas, diez mujeres y diez hombres, de distintas profesiones y razas y en edades comprendidas entre los 20 y los 70 años, cuál es el peor servicio público en el país. Catorce dijeron que los peores eran tres: empresa eléctrica, transporte urbano y salud pública. Cuatro opinaron que la recogida de basura y dos afirmaron que eran la aduana y correos. Camila, una de las encuestadas, denunció que lleva seis meses «esperando un paquete de medicinas que me enviaron urgente desde España. Toda mi familia pasó el Covid y aun no he recibido los medicamentos. Es horrible. Y encima, te cobran un chorro de pesos para recibir el paque».
Aunque ninguno de los veinte consultados lo dijo, lo peor en Cuba es tener que comprar comida. Hacer colas de cuatro horas o más ya es un deporte nacional. Pero si de algo se quejan los cubanos es del elevado precio de los alimentos. “Aumentan por semana, anto en el mercado negro como en los mercados estatales. Además de carísimos, tienes que zapatear toda la ciudad para conseguirlos”, expresa Cecilia, enfermera.
La carne de cerdo, una de las pocas proteínas que los cubanos comían habitualmente, subió de 40 pesos la libra hace un año a 140 pesos. El pescado fresco, rara vez vendidos en las pescaderías estatales, de 50 pesos la libra de castero o emperador a 250 pesos el más barato. En los agros del Estado, una libra de jamón artesanal ronda los 200 pesos, una libra de frijoles colorados 70 pesos y una libra de fruta bomba cuesta 22 pesos.
La mal llamada Tarea Ordenamiento, instaurada por el régimen en enero de este año, ha sido un desastre. En nueve meses ha multiplicado los precios de los productos entre dos y veinte veces. Precios de Nueva York y salarios de Somalia. Un profesional de calibre cobra entre 5 y 6 mil pesos mensuales y si en su casa un equipo de aire acondicionado y electrodomésticos modernos, mensualmente tendrá que pagar de 3 mil a 5 mil pesos de electricidad.
Con la reciente apertura de los servicios gastronómicos, el comentario en las calles, taxi colectivo y redes sociales son los precios astronómicos de restaurantes estatales y privados. Adrian, barbero, el día del cumpleaños de su hija adolescente cuatro personas fueron a cenar a una paladar «y la factura fue de seis mil pesos y centavos y no tomamos cervezas. Una subida de precios que no va acompañada de una mejoría en la calidad de la comida”.
En Facebook, un usuario mostró una factura de once mil pesos consumido en una paladar. Pero el premio a la impopularidad en la Isla se lo llevan las tiendas MLC y los frecuentes apagones, que fuera de La Habana se extienden de cinco a seis horas diarias. Las tiendas en divisas son un total absurdo. Supongamos que usted vive en Miami, cobra en dólares y la mayoría de artículos de primera necesidad tuviera que pagarlos en euros. Como en Cuba el sistema bancario no vende divisas, la inmensa mayoría de los ciudadanos dependen de los dólares o euros que les puedan enviar sus familiares en el exterior. O comprarlos en el mercado negro, donde un dólar se cotiza en 65 pesos y un euro en 85 pesos. Un lujo que no puede darse quien reciba un salario promedio, equivalente a 3 mil pesos.
Gustavo, economista, cree que “esa burbuja surrealista va a estallar en cualquier momento. Las ofertas en moneda nacional son insuficientes. Y los altos precios, derivados del desabastecimiento han provocado una inflación que de seguir escalando para el primer trimestre de 2022 se podría catalogar de hiperinflación”. Y la actual crisis económica todavía no ha tocado fondo. Los cubanos, cercados por los altos precios, escasez y frecuentes apagones no vislumbran una puerta de salida.
La válvula de escape es emigrar y publicar en las redes sociales comentarios críticos contra el régimen. Pero ya muchos cubanos hablan de salir a la calle a reclamar libertad y democracia. Porque incluso el miedo tiene un límite.
Iván García
Foto: Mujer mira los precios en un negocio particular recientemente reabierto en La Habana. Foto de AFP tomada de Ibenia.