Eliseo Alberto de Diego, Lichi, el gran poeta y novelista cubano que murió en México, en el verano del 2011, el 10 de septiembre hubiera celebrado su cumpleaños 65 con abundante ron peleón, cervezas tibias, mariquitas fritas, carne de puerco y una olla de moros y cristianos.
Cada uno de sus amigos que anda regado por el mundo lo habrá recordado, como los que quedan en Cuba, con un repaso a algunos de sus poemas o con un poco de nostalgia por sus historias, sus anécdotas, los cuentos que contaba con sus erres emperradas y negadas a salir con la sonoridad o el fragor de la palabra ferrocarril.
En mi fiesta privada por el autor de Informe contra mí mismo, La eternidad por fin comienza un lunes y Esther en alguna parte, me he dedicado a evocar una historia que contaba Lichi siempre en tono bajo para parecer solemne y que involucraba a su abuela paterna Berta Fernández-Cuervo y a una amiga que conoció de niña, mientras estudiaba en una escuela privada en la ciudad de Nueva York a principios del siglo XX.
No daba muchos detalles, pero el centro del relato es que su abuela y una niña norteamericana llamada Rose se hicieron íntimas amigas en la etapa en que estudiaron juntas en un colegió muy estricto en la Gran Manzana.
Al regresar a su país, la abuela de Lichi y su amiga Rose se escribieron cartas durante muchos años para mantener viva su amistad. Según el relato de Lichi, en ciertos momentos delicados de las relaciones entre los dos países después de la llegada al poder de Fidel Castro, la correspondencia entre las antiguas compañeras de aula llegó a tomar tintes dramáticos porque la amiga Rose, como Berta, se había casado y tenía hijos.
El de Berta era el poeta Eliseo de Diego y uno de los vástagos de su amiga estadounidense se llamaba John F. Kennedy, el presidente número 35 de los Estados Unidos que ejerció entre 1961 y noviembre de 1963, cuando lo asesinaron.
El creador y difusor de la palabra española de origen cubano gusañero (una combinación siniestra de gusano y compañero) aseguraba que se conservaban las cartas cruzadas entre su abuela y Rose. Y solía cerrar la historia de esa relación con un episodio demasiado caribeño en el que aparecía, de pronto, Gabriel García Márquez y contribuía a que el asunto, tan conmovedor y humano, comenzara a perder credibilidad.
Decía el poeta que un día, en la casa de la familia, donde el Gabo tenía mesa y cama, le contaron la historia de las cartas entre Berta y Rose. El colombiano decidió que tendrían que comunicarse de inmediato con la Fundación Kennedy para ponerse de acuerdo con los herederos y tratar de publicar aquellas misivas.
García Márquez consiguió el teléfono directo de la Fundación de la familia Kennedy. Contaba Lichi que en cuanto le contestaron desde la institución norteamericana, el Gabo dijo «Aló, soy Gabriel García Márquez». Y el funcionario le respondió en español: «Está bien, yo soy el Pato Donald». Y le colgó el teléfono al Premio Nobel.
Y ya no se volvió a hablar del asunto de las cartas entre Bertica y Rose. Felicidades Lichi.
Raúl Rivero
El Mundo, 13 de septiembre de 2016.
Foto: Eliseo Alberto Diego, Lichi, Tomada de El Mundo.