Ni en los mejores tiempos, cuando existían dos libretas de racionamiento, una de alimentos, que te otorgaba media libra de carne de res per cápita cada quince días, y otra de ‘productos industriales’, con la cual una vez al año podías comprar un par de zapatos de fabricación nacional, Juan Alberto, 60 años, jubilado, fue feliz.
En aquella etapa, donde en los estantes de las bodegas habían latas de leche condensada y compotas rusas; en el puesto te vendían naranjas y los partidarios del régimen podían tirarle un cartón huevos a un ‘escoria’ que pretendía irse del país por el puerto del Mariel, Juan Alberto reconoce que habían más restricciones, censuras y falta de libertades que ahora.
“Aunque esto siempre ha sido una dictadura. En la supuesta década feliz de los 80, creer en Dios, ser Testigo de Jehová o ver películas pornográficas te podía traer problemas. No podíamos alojarnos en hoteles, viajar al extranjero ni vender la casa y si te ibas definitivamente del país, el Estado se quedaba con ella”, indica Juan Alberto, quien en los próximos meses piensa emigrar a Estados Unidos a través de una ruta irregular centroamericana.
Para Carlos, sociólogo, cuando se comparan ambas etapas del castrismo, “en cada una siempre faltaba algo. Antes, la gente tenía garantizada más cantidad de alimentos por la libreta y algo de ropa. En el mercado liberado o paralelo se ofertaban más productos alimenticios y se desayunaba café con leche. El salario tenía un poder adquisitivo real, pero era ilegal tener divisas, adquirir electrodomésticos en tiendas por moneda dura y el control social era mucho más fuerte. Ahora, debido a la presión social y la aparición de nuevas tecnologías, existe cierta libertad personal. Pero esa libertad no es suficiente para cambiar el estado de cosas, lograr reformas de calado y participar en estructuras gubernamentales”.
Los académicos oficiales no lo reconocen, pero el rol jugado por la disidencia pacífica y la prensa sin mordaza, ha sido una palanca silenciosa lo suficientemente poderosa para promover tímidas y necesarias aperturas dentro del régimen.
Todos los cambios promulgados bajo el mandato de Raúl Castro (2006-2016), han formado parte de las demandas de grupos opositores en los años 80, 90 y a partir del 2000. Desde el libre acceso a internet, el uso de la telefonía móvil, eliminar el apartheid turístico, la compra y venta de casas y automóviles hasta la flexibilización de la ley migratoria.
¿Existen diferencias entre la Cuba de Castro I y Castro II? Desde luego que sí.
Los dos gobernantes son autócratas. Pero Fidel Castro fue un caudillo con pretensiones de grandeza. Por voluntarismo o capricho, decidía las estrategias en la agricultura, construcción de viviendas y pedraplenes, siembras de café y plátano burro. O se convertía en meteorólogo en tiempos de huracanes.
Se saltaba todas las normas y hasta la misma Constitución. Creó un gobierno paralelo con empresas como Cubalse o CIMEX y manejaba el erario público a su antojo.
A Fidel Castro se le tendió un cheque en blanco y en la práctica actuaba como un terrateniente dueño de su finca. El daño antropológico que hizo a la nación ha sido proverbial.
Quizás estudios posteriores puedan demostrar la polarización que dentro de la sociedad crearon el Estado y sus medios de prensa, solo por pensar diferente, por tildar de disparate el experimento político o considerar que la ideología marxista y el totalitarismo han destruido el tejido social y la economía de la Isla.
También deben ser estudiados los ‘daños colaterales’ dentro de los propios cubanos, como haber incentivado la delación o chivatería, la vigilancia a las personas en sus cuadras y la división de miles de familias por simples criterios políticos.
Si en el futuro el régimen verde olivo decidiera edificar una sociedad más plural y democrática, con economía de mercado, pequeñas y medianas empresas en un marco jurídico apropiado, cooperativas autónomas e involucrar a la ciudadanía en las decisiones estatales, la economía de Cuba pudiera crecer al nivel de los llamados ‘tigres asiáticos’ (Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwan). Pero costará dos o tres generaciones recuperar ciertos valores personales.
En los diez años de presidencia de Raúl Castro, a pesar de que ahora son menos las restricciones, los emprendedores privados tienen más posibilidades -pero bajo la mirada de las autoridades-, ha disminuido la intrusión en la vida de las personas, y casi han desaparecido los discursos y los aburridos relatos políticos, todavía no se ha logrado un salto importante en la calidad de vida de la población.
El déficit de viviendas, de aproximadamente más de un millón y medio, es mayor que en la etapa de su hermano Fidel, obligando a tres generaciones diferentes a vivir bajo el mismo techo. La proliferación de barrios marginales es un llamado de atención: solo en La Habana existe más de un centenar de favelas donde sus residentes no reciben agua potable y conviven hacinados en covachas con techos de tejas y paredes de cartón o aluminio.
La educación y salud pública han caído en picada. Miles de cabezas de ganado mueren anualmente por hambre y sed. La ganadería se ha reducido a la mitad en comparación con 1959. Las industrias azucarera, agropecuaria y pesquera decrecen o no crecen lo suficiente. Tomar jugo de naranja y comer pargo o camarones es un lujo en Cuba.
El socialismo próspero y sostenible que promete Raúl Castro es solo un slogan. A día de hoy, no hay condiciones materiales para respaldar un importante crecimiento económico.
Los grandes logros de su gobierno han sido en el contexto internacional. Restableció las relaciones con Estados Unidos, su principal enemigo; propició la firma de un acuerdo de paz entre Colombia y la guerrilla de las FARC, y consiguió condonar gran parte de la deuda monetaria con diferentes acreedores.
También, aprobó una Ley de Inversiones que, a pesar de sus deficiencias -como no permitir a los emprendedores locales invertir en su patria-, por sus exenciones fiscales es una golosina para presuntos inversores extranjeros. Una Ley que por falta de un marco legal independiente del Estado, por el capitalismo militar criollo, que no autoriza el pago directo a los trabajadores, y por la incertidumbre sobre el futuro de la nación después del retiro de Raúl Castro, no ha concretado las inversiones suficientes para comenzar a crecer económicamente.
En Cuba se vive con demasiado agobio. Cuando te levantas por la mañana ya te falta algo, sea agua, luz o café para desayunar. Sales a la calle y el transporte urbano es caótico. Y la escasez de alimentos sigue siendo un dolor de cabeza.
Cincuenta y siete años después de la llegada al poder de Fidel Castro, la sensación que se percibe es que los cubanos están cansados de todo. Por eso muchos deciden marcharse. No ven solución a la vista.
Iván García
Martí Noticias, 9 de septiembre de 2016.
Foto: Tomada de Panamerican World.