Por los alrededores del Parque de la Fraternidad, muy cerca del Capitolio, en el corazón de La Habana, taxistas particulares debaten apasionadamente las nuevas regulaciones al trabajo por cuenta propia.
Están que trinan. Carlos, dueño de un destartalado Ford de 1949, monta en cólera. “Tengo que cogerlo con calma, porque me puede dar un un infarto. Es abusivo lo que pretende el gobierno con esos altos impuestos. Qué se han creído, que los que ejercemos el trabajo particular somos ricos! Como siempre, los ‘mayimbes’ (dirigentes) no tienen los pies en la tierra”, dice en voz alta.
Es notable el disgusto de los que laboran por su cuenta. Además de los elevadísimos impuestos, es poca la protección legal, no tienen abastecimientos de productos y materias primas en comercios mayoristas y no existen préstamos bancarios.
“El Estado no ofrece nada a los particulares y pretende recoger ganancias netas como si fuesen señores feudales. Han pasado del paternalismo socialista a la explotación desmedida de los capitalistas”, comenta René, rellenador de fosforeras en la barriada de La Víbora.
No lo tiene fácil el gobierno del general Raúl Castro. La economía hace agua. Y las medidas para socorrerlas son muy impopulares. Es cierto que son necesarias. Cualquier gobierno que pretenda echar andar el país tendría que aplicar terapias de choques.
Cincuenta años de abulia, con un sistema social ineficiente por antonomasia, hace más grave la situación. Dimas Castellanos, académico disidente, cree que las medidas son necesarias, pero están mal implementadas.
“Es que el régimen no tiene como referente una oposición con un proyecto razonable que se le oponga. Al no existir discrepancias políticas, la oposición es el propio gobierno. Cuando en 1968 Fidel Castro abolió todo vestigio de trabajo privado, cometió un grave error, que ahora estamos pagando. Nunca debió eliminar los pequeños negocios. Cuando en 1994 autorizó el trabajo por cuenta propia, lo hizo obligado por la difícil coyuntura social y no porque el gobierno viera con buenos ojos la iniciativa privada. Ahora sucede igual. Mi opinión es que no va funcionar”, pronostica.
Castellanos piensa que si se desea que el sector particular florezca, la primera regla es mantener bajos los impuestos. “No veo de qué forma el gobierno va vender materias primas y provisiones a los cuentapropistas. Ni de dónde sacará plata para ofrecer préstamos bancarios. Lo ideal sería hacer cambios radicales y reconocer que el modelo actual ha fracasado. Pero es pedir demasiado. Desde mi óptica se está apostando por una versión desfasada del capitalismo salvaje”, acota el opositor.
No sólo un sector de la disidencia es pesimista. La gente de a pie no le ve mucho sentido a sacar una licencia y tener que pagar entre el 25% y un 40% de su renta. En el centro comercial Carlos III, Germán, jubilado, se busca la vida como parqueador.
En un día bueno se lleva a casa 30 pesos convertibles. Pero eso no es siempre. “Estoy de acuerdo con pagar impuestos. Pero no debieran exceder del 10% de las ganancias. Los actuales impuestos son una arbitrariedad y obligan a cometer ilegalidades”, señala mientras lee un artículo del diario Granma sobre el tema.
En La Habana, muchos sienten desconfianza hacia el gobierno. Después que en el 94 aprobaron el trabajo por cuenta propia y vieron que numerosas personas elevaron su nivel de vida, a la carrera comenzaron a implementar una serie de regulaciones y un control exagerado por parte de inspectores estatales.
En su mejor momento, llegó a haber 200 mil ciudadanos laborando por su cuenta. En la actualidad, no pasan de 40 mil. Acosados por los impuestos que comenzaron a elevarse gradualmente y por las prohibiciones, las licencias comenzaron a ser devueltas.
Ahora, con los gravámenes por las nubes y unos dirigentes temerosos de que la población haga dinero, las nuevas reglas de juegos dictadas por el gobierno no le hace gracia a casi nadie en la isla.
Con más de un millón de trabajadores desempleados a la vuelta de un año, y con las escasas garantías legales ofrecidas al ejercicio de la actividad privada, la solución de los problemas volverá a ser un asunto personal. La gente tendra que seguir viviendo del “invento” (robo) y de las ilegalidades. Como siempre.
La sensación que se palpa en las calles habaneras es que las medidas, además de llegar tarde, son demasiado duras. Es como jugar un partido perdiendo y en tiempo de descuento.
Texto y foto: Iván García