Esta vez el régimen no quiere sorpresas. Y ha desplegado un plan de vigilancia policial y paramilitar en toda la isla, en particular en La Habana, con más de dos millones 300 mil habitantes y alrededor de 80 barrios insalubres, llenos de chozas miserables construidas con trozos de madera y chapas de aluminio encontradas en los basureros. Pasada las tres de la tarde del viernes 8 de julio, un camión Kamaz de fabricación rusa distribuía policías, reclutas del servicio militar y estudiantes de escuelas del MININT por diferentes sitios de la capital.
“Estamos acuartelados desde el jueves 7. Hacemos guardias de ocho horas divididos en tres grupos. En caso de disturbios callejeros, en la medida de los posible, debemos sofocarlos y reportar al puesto de mando para que envíen a los antimotines y las brigadas de respuestas rápida. Los policías portan su arma reglamentaria y tienen la orden de disparar al aire para impedir cualquier protesta. A los estudiantes del MININT y a los reclutas nos han dado tonfas y estacas de madera. En las barriadas más calientes o que se encuentran cercanas a las zonas donde viven ministros y altos funcionarios del gobierno, los encargados de la vigilancia son las tropas élites de la FAR, las llamadas avispas o boinas negras. En los partes diarios, dicen que se esperan provocaciones de la contrarrevolución. Debemos estar alertas”, comenta un recluta.
A funcionarios de grandes empresas, como ETECSA, de acuerdo a sus posibilidades, el régimen les pidió facilitar recursos, transporte y personal para vigilar determinadas áreas pobladas de La Habana. Un funcionario asegura que “no hay combustible para trabajar, pero cuando se trata de una tarea del gobierno, aparece el petróleo. Buena parte de los trabajadores se hacen los guillados o buscan pretextos para no asistir. Les dicen a los jefes que eso es función de la policía, que no cojan a civiles para enfrentar a civiles. Algunos van para guardar las apariencias y otros no tienen más opciones, pues lucran con los recursos de la empresa y viajan al extranjero. No les queda de otra”.
Tatiana, empleada estatal, señala que «en muchos centros laborales han diseñado un esquema de guardia entre los propios trabajadores. En una reunión nos dijeron que se pueden esperar sabotajes y actos de vandalismo. Y que los trabajadores teníamos que proteger la empresa. Como la mayoría de la gente tiene un montón de problemas en su casa y todos los días tiene que salir a buscar comida, se niega. Entonces lo que hacen los jefes es vender alimentos, detergente y confituras, para que la gente participe”.
Desde la semana pasada, la Seguridad del Estado desplegó un intenso operativo para reprimir a los activistas demócratas y periodistas independientes. Jorge Enrique Rodríguez, Luz Escobar, Boris González, Thais Mailén Franco, Manuel de la Cruz y Leo Fernández, entre otros, fueron citados por la policía política y advertidos que desde el lunes 11 al miércoles 13 de julio deben permanecer en sus casas.
También fui citado. El martes 5 de julio a las once y veinte de la mañana me llamó un oficial de la Seguridad del Estado para que me presentara a las dos de la tarde en la unidad policial ubicada en Infanta y Manglar, municipio Cerro. Le respondí que estaba ocupado. “Envíeme una citación oficial, como está establecido”, le dije. El agente expresó que en el nuevo código penal vigente ya no se necesita una citación por escrito. Una hora después, a mi domicilio llegó el auto patrullero número 791 y tres motos con oficiales de la policía política y agentes de Búsqueda y Captura como si yo fuese un delincuente peligroso.
Me condujeron a la unidad de Aguilera, en Lawton, municipio Diez de Octubre. Una oficial de la Seguridad me sentó en un banco frente a la carpeta de la estación. A mi lado, dos mujeres acusadas de revender pollo en el mercado informal, un moreno fornido que había participado en una reyerta callejera y tres muchachos que habían sido conducidos por un auto patrullero. Los adolescentes no tenían antecedentes penales. Su ‘delito’ era llevar mochilas y ser negros. Se sabe que para la policía cubana los prejuicios raciales suelen ser un agravante. La estrategia de la Seguridad del Estado es transmitirle miedo e inquietud a los detenidos.
Luego de una hora de espera, se apareció el teniente coronel Marvin, así presentado por otro oficial. Me llevaron a una oficina con dos butacas y un sofá de color azul. En la pared, citas de Fidel y una foto ampliada de los hermanos Castro a la cual, por la técnica de photoshop, le habían añadido el rostro de Miguel Díaz-Canel, peinado hacia atrás con cepillo y un rictus nervioso que aparentaba ser una sonrisa. El oficial de la policía política quería saber qué yo iba hacer el 11 de julio.
“Desconozco. Cuba no es Suiza ni Finlandia y uno no tiene un cronograma o una agenda diaria. Lo mismo puedo estar haciendo la cola para comprar pan que para un aparato de asma en la farmacia”, contesté. El agente, acostumbrado a ordenar, me respondió en tono seco: “Si sales a la calle ese día, te vamos a detener hasta que termine el operativo”.
Amablemente le aclaré que mi casa no es un calabozo. “Haga usted lo que le ordenen, que yo por mi parte haré lo que entienda”. El oficial, prendió el piloto automático y entró en su zona retórica de confort: “No vamos a permitir provocaciones de la contrarrevolución ni de la mafia de Miami. Lo que tú haces responde a un esquema diseñado por los servicios especiales del gobierno de Estados Unidos para crear una matriz de opinión desfavorable a Cuba”.
De momento pensé que mi interlocutor era un robot. Ese relato no cuela ni en un alumno de secundaria. Pero intenté argumentar:
“No critico a Cuba, sino a su gobierno. Son dos cosas diferentes. Tengo mis razones. Que van desde mi derecho inalienable a la libertad de expresión a estar o no de acuerdo con determinada filosofía política. Creo firmemente que el gobierno de mi país nos ha conducido al fracaso tras 63 años de voluntarismo, economía planificada y disparate político. Ni la oposición ni el periodismo libre originaron las protestas del 11 de julio. Las causas hay que buscarla en la falta de transparencia del gobierno, sus falsas promesas, mentiras, no ofrecer soluciones a los problemas y no tener un proyecto de futuro para los cubanos. La gente, en su mayoría, está harta del régimen. Es el ciudadano el protagonista del nuevo escenario. La oposición, al igual que el gobierno y la Seguridad del Estado, fue sorprendida también por las marchas del 11 de julio”, y concluí:
“Supongo que ustedes hablen con la gente de la calle. Verán que un amplio segmento de la población quiere reformas económicas, democracia y el respeto a las discrepancias políticas. Eso no se resuelve citando a cuatro o cinco opositores. Eso se soluciona con un gran diálogo nacional donde nadie quede excluido. Todo lo que no sea dialogar, pactar o negociar es una maniobra para ganar tiempo”.
El oficial de Seguridad cambió abruptamente de tema. Quería conocer cómo los directivos de Diario Las Américas eligen los temas. “En el periodismo privado o comercial en Estados Unidos ni el gobierno, la CIA o el Departamento de Estado ordenan los temas periodísticos. La vida cotidiana y sus acontecimientos son los que marcan las prioridades informativas”, expliqué, aunque por la expresión en el rostro del represor parecía que le hablaba en chino.
Después, el oficial de la Seguridad me permitió marcharme. Luego de cuarenta minutos en la Avenida Porvenir sin poder coger un taxi colectivo o una guagua, decidí caminar hasta la Calzada de Luyanó. Allí logré alquilar un taxi que por cien pesos me llevó hasta la icónica Esquina de Toyo, uno de los epicentros de las protestas del 11 de julio. En los derruidos portales de la Calzada Diez de Octubre varios mendigos pedían dinero o comida.
En una tienda por divisas, varias personas se quejaban por los altos precios y el desabastecimiento. “Sin informar al pueblo el gobierno ha subido el precio a los alimentos que venden en divisas. Y aun así no encuentras ningún producto cárnico. De pinga esta gente (el régimen) si no cogen un avión y se largan del país aquí va haber una hambruna”, en voz alta dijo una mujer indignada.
Por si fuera poco, en medio de las extensas colas, un calor de espanto y apagones de hasta diez horas en otras provincias, las autoridades anuncian una semana de campaña antiimperialista en todo el país. En La Habana han previsto eventos culturales y recreativos y para aliviar la tensión, en algunos municipios están distribuyendo pollo, salchichas y aceite, para la venta racionada en pesos. En otro intento por camuflar el primer aniversario de las protestas ciudadanas del 11 de julio, la televisión estatal en su cartelera de verano, anuncia filmes y seriales pirateados de canales estadounidenses así como la trasmisión en vivo del Mundial de Atletismo, del 15 al 24 de julio, en Eugene, Oregon, Estados Unidos. Pan y circo. Lo que mejor sabe vender la dictadura en Cuba.
Iván García
Foto: ‘Boinas negras’ con perros policías patrullando el centro de La Habana el 11 de julio de 2022. Tomada de Radio Televisión Martí.