Desde La Habana

Yahima y su sueño-pesadilla

Yahima tiene 30 años. Es una mulata alta y hermosa. Lástima que no se ha dejado fotografiar. «Confórmense con que les he contado mis sueños, o pesadillas, como prefieran llamarle», nos dice. Y a continuación, comienza a hablar. Con la misma intensidad de sus ojos negros.

-Miren, desde pequeña he venido escuchando palabras que no entiendo. Fidelidad, lealtad, sacrificios… Nunca he comprendido a qué o a quién debo serle fiel. ¿A mi país o a mis principios? ¿Cómo hago para decir una cosa y actuar de otra?

Continúa sus confesiones, sin dejar de mover sus manos, con las uñas pintadas de rojo oscuro.

-¿Ustedes saben cuántas veces tuve que repetir el juramento de defender las conquistas de la Revolución? La primera vez, cuando era una niña, me hicieron pionera y me pusieron la pañoleta. Después, cuando ingresé en la FEEM (Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media) y de nuevo, cuando ingresé en la FEU (Federación Estudiantil Universitaria). A cada llamado de la Revolución, siempre dí el paso al frente.

Yahima se queda unos minutos callada.

-Todavía no sé por qué lo hice. Ah, si, ya sé. Porque quería entrar en el Instituto de Relaciones Internacionales. Pero al comité de base de la UJC (Unión de Jóvenes Comunistas), al cual pertenecía, no le pareció suficiente mi aval revolucionario.

Y no pudiste entrar…

-No, no pude entrar. Le dieron la plaza y otro, a uno con quien ellos tenían «guara» (amistad). Era blanco, vivía en una buena casa y pertenecía a una familia «integrada» (comunista). Mi familia también era revolucionaria, pero negros y pobres. No importa, me dije, que todo sea por la Revolución.

¿Y qué es la Revolución para ti, Yahima?

-Un cartel que una vez vi en la esquina de L y 23, en el Vedado. Y se me quedó grabada la primera frase: «Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado”. Y eso precisamente es lo quiero yo en mi vida, un cambio. Quiero tener una casa amplia y cómoda, un auto y poder comprarle a mi hija, el día de los Reyes Magos, el juguete que ella quiera.

¿Ésas son todas tus ambiciones?, le preguntamos.

-Sí. No son muchas. Así y todo, hay quienes me dicen que ambiciono demasiado, cuando en el mundo hay millones de personas muriéndose de hambre, niños sin atención médica, sin poder ir a la escuela, trabajando para ayudar a sus padres, obligados a ser soldados o prostituirse. O que no olvide los conflictos bélicos y las desgracias naturales, como el terremoto que hace unos días devastó la capital de Haití.

-Cuando me dicen esas cosas, me quedo callada. Y para mis adentros digo: ¡Dios perdóname, déjame soñar! Pero, creánme, estoy cansada de tener que perder hasta 5 horas de las 24 que tiene el día, esperando un ómnibus para ir a mi trabajo. De vivir hacinada en 12 metros cuadrados, con los horcones podridos y el techo cayéndome encima…

Baja la voz y sus ojos se empañan. La invitamos a un refresco. Se anima y continúa hablando.

-Ya cumplí 30 años y vivo con un sabor amargo en la boca. No pude estudiar la carrera que me gustaba, pero me gradué de otra, en la universidad. Pensé que era el camino para realizar mis sueños y me equivoqué. Tal vez si me hubiera metido a puta me hubiese ido mejor…

Menos mal que tus desilusiones no te llevaron por malos caminos, le decimos a modo de consolación.

-Bueno, no sé que decirles. Muchas veces critiqué a una vecina, de mi misma edad, por vender su cuerpo por unos dólares. Pero les confieso que en el fondo sentía envidia, y deseaba tener aunque fuera uno solo de los vestidos que ella solía usar para salir a «jinetear» (prostituirse).

– Qué injusta es la vida! Mi vecina, que «jineteaba» desde los 14 años, terminó abandonando los estudios. Mientras yo, mal vestida y comida, todo el tiempo sacrificándome y estudiando, para graduarme y obtener un título.

-En aquel entonces, de cierto modo me sentía superior, poque tenía una preparación. Mi vecina, con mucho menos nivel escolar que yo, se casó con un italiano, vive en Italia. Cuando viene de visita a Cuba, alquila un auto y pasea por lugares que sólo conozco por revistas. Y yo, con un salario de mierda, por pesos cubanos, que no me alcanza ni para cubrir los gastos mensuales.

Al menos eres una mujer independiente, como siempre quisiste ser…

-Sí, y qué? Soy profesional, pero para comprarme un par de zapatos tengo que contar con mi esposo, quien labora en un puesto no calificado en una instalación turística, pero tiene acceso a los «fulas» (divisas). Así que, ¡a tragarse el orgullo!

-Disculpen mi perorata. A veces me dan ganas de tirarme del puente del Río Almendares, otras de largarme en una balsa. Pero soy cobarde, no tengo valor para lo uno o lo otro. Lo que sí quisiera es que se acabara esta vida de perros que los cubanos durante tanto tiempo llevamos.

Tal vez si hicieras algo para que a Cuba acabe de llegar un cambio…

-¿Pero qué puedo hacer, meterme a disidente? No, tampoco quiero eso. No por mí, si no por mi hija. Y por mi familia, que sufriría mucho si me cojen presa. Entonces lo que hago es hablar conmigo misma y llorar en soledad mis penas.

-A veces sueño despierta. Que tengo todo lo que deseo en un lugar limpio y bonito, tranquilo, sin ruidos. Un sitio que con esas características no puede ser Cuba, pues aquí todo es sucio, feo, ruidoso…

Si eres creyente, podrías encomendarte a los santos. Quienes tienen fe, dicen que los santos en ocasiones dan señales, pistas, para que la gente haga realidad sus sueños y no tenga pesadillas como las tuyas.

-¿Ustedes creen? No sé cómo eso podría ocurrir, a no ser que «me empate con un yuma» (me haga novia de un extranjero). ¿Saben que extrañaría si algún día me fuera de Cuba?

-El calor insoportable, sentarme a conversar en el Malecón  y chismear con mi vecina en el portal de su casa. Hacer cola para comprar el pan, jugar dominó los domingos y contar chistes verdes en el trabajo. Leer la prensa entrelíneas, dormirme viendo el noticiero y hablar con lenguaje de signos, como el de los sordomudos, por si hay un chivato escuchando. También extrañaría la bulla, el pregonar de los «merolicos» (vendedores ambulantes) y, el dolor de cabeza de todos los meses tener que conseguir «íntimas» (almohadillas sanitarias) cuando me baja la menstruación.

-A cada rato, cuando por la mañana estoy desayunando, con un buchito de café y un pancito con aceite o mayonesa, me quedo en la luna de valencia. Vuelvo a la realidad cuando mi madre, que vive con nosotros, me dice: ¡Niña despierta, bájate de esa nube, aterriza, que estamos en Cuba, y apúrate, que vas a llegar tarde al trabajo!

Laritza Diversent

Foto: Alberto Pérez del Río, Flickr

Salir de la versión móvil