Una tarde de inusitado calor en diciembre de 2012, después de concluir una extensa entrevista, el disidente Vladimiro Roca Antúnez se sentó en bermudas, camiseta y sandalias en el amplio portal de su casa en el reparto Nuevo Vedado, al oeste de La Habana
Saboreó una taza de café fuerte y luego prendió un tabaco torcido a mano. Comenzamos a hablar de la familia. “¿Cómo está mi prima Tania?”, me preguntó refiriéndose a mi madre, Tania Quintero Antúnez, refugiada política en Suiza desde 2003, y sobrina de Dulce Antúnez, la mamá de Vladimiro. Nos pusimos al día. Le mostré fotos de mi hija Melany, entonces de 9 años y de mi esposa Margarita. Su sobrino Yuri, hoy preso político del régimen, nos tiró fotos con un teléfono móvil. Estuvimos hablando más de dos horas.
Faltaban unos días para que Pepe, como le decían familiares y amigos, cumpliera 70 años. Con su forma de hablar pausada, me dijo: «Ha llegado la hora de dar un paso al lado, porque ha surgido gente nueva y talentosa en la oposición y el periodismo independiente. No pienso jubilarme. Pero seré un opositor demócrata hasta el día que muera”.
Probablemente por dignidad, no quiso abordar asuntos personales. Estaba mal de dinero. Había puesto en venta su amplia casa para poder contar con algunos ahorros en su vejez. La necesidad le obligó a venderla muy por debajo del precio en el mercado informal. Aparte de esos cientos de dólares, le ofrecieron un apartamento, pequeño y estrecho, en un horrible edificio de microbrigada.
Mientras estuvo lúcido, leía todo lo que se publicaba en internet sobre el tema cubano. Y seguía estudiando libros de economía y filosofía. Comía poco y mal. Un derrame cerebral y el Alzheimer lo fueron devorando progresivamente. Falleció a los 80 años, el 31 de julio de 2023.
Roca se hizo piloto de Mig-15 en una academia militar soviética y después sirvió en la fuerza aérea cubana. Trabajó en diversas instituciones del Estado hasta que en junio de 1990 fue expulsado como especialista del CECE (Comité Estatatal de Colaboración Económica). Fidel Castro fue implacable con quienes disentían, fueran revolucionarios o no. A los que no envió al paredón o prisión, los expulsó de empleos bien remunerados y les negó una chequera de jubilación.
Otros veteranos disidentes también rozan la indigencia. Tania Díaz Castro, periodista y activista, vive en la pobreza. A Juan Gonzales Febles la demencia senil lo consume. Y opositores mayores de 60 años se han visto obligado a emigrar de Cuba para escapar de la miseria.
Por razones humanitarias, los líderes del exilio cubano debieran ayudar económicamente a los opositores y periodistas independiente de la tercera edad o con graves problemas de salud, como el caso de Víctor Manuel Domínguez, a quien tuvieron que cortarle una pierna. De vez en cuando, personas generosas residentes en el exterior les recargan los teléfonos o les envían medicinas, alimentos o ropa. Pero no se puede vivir de la caridad, máxime cuando los mejores años de tu vida lo has dedicado a luchar por la libertad y democracia en Cuba.
Vladimiro Roca, hijo de Blas Roca, secretario general del Partido Socialista Popular (PSP), y Carlos Jesús Menéndez, hijo de Jesús Menéndez, dirigente del PSP y líder del sindicato azucarero asesinado en Manzanillo en 1948, fueron los primeros hijos de comunistas destacados que se opusieron abiertamente a la dictadura de Fidel Castro. Los dos se graduaron como pilotos de combate en la Unión Soviética.
A Vladimiro le gustaba describir, como si observara su pasado por un caleidoscopio, las andanzas de aquel chico inquieto que cursara la primaria en la escuela pública número 118, en la barriada habanera de Santos Suárez, luego fuera aprendiz de cajista en el diario Hoy, órgano del PSP, y limpiador de cristales en un estudio fotográfico. Después que dejó de volar como piloto, en 1987 se graduó de Relaciones Económicas Internacionales.
Ese hombre de la tercera edad, robusto, con un fino sentido del humor que convirtió su oposición a los hermanos Castro en un auténtico sacerdocio, fue uno de los cuatro hijos que tuvieron dos luchadores comunistas, Blas Roca Calderío (Manzanillo, 24 julio1908-La Habana, 25 abril 1987) y Dulce María Antúnez Aragón (Sancti Spiritus, 12 septiembre 1909-La Habana, 25 abril 1995). Cuando Vladimiro murió, ya habían fallecido sus hermanos Joaquín y Lydia. Le sobrevive su hermano Francisco Roca Antúnez, de casi 90 años.
Pronto, el niño Pepe supo lo que era vivir bajo el acoso policial. En los años duros de la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1958), las detenciones de miembros del PSP eran constantes. Tanto el SIM (Servicio de Inteligencia Militar) como el BRAC, un cuerpo policial dedicado a cazar comunistas, los acechaba. Esa existencia de persecución y clandestinidad fortaleció la personalidad de Vladimiro Roca.
Cuando Fidel Castro llegó al poder en enero de 1959, Vladimiro acababa de cumplir 16 años. Su ilusión era volar en aviones de combate. “En 1962 viajé a una región al sur de la antigua URSS. El curso duró nueve meses. La Crisis de los Misiles, en octubre de 1962, me cogió allí. Regresé a Cuba en marzo de 1963”, me contaba Vladimiro en diciembre de 2012, sentado en la cocina de su casa.
En la Isla, fue destinado a la base aérea de San Antonio de los Baños, a unos 37 kilómetros al oeste de la capital. A los pocos meses lo trasladaron al aeropuerto militar de Holguín, en la antigua provincia de Oriente. Fue en 1964 cuando Vladimiro comenzó percatarse del carácter represivo del castrismo. “Ese año hubo un complot en la base militar. En juicios sumarios condenaron a pena de muerte a 19 personas, que fusilaron veinte minutos después de una apelación relámpago. Las autoridades locales aprovecharon lo ocurrido y pasaron por las armas a dos civiles que se dedicaban a vender marihuana. El irrespeto a la ley y a la vida humana de los Castro definitivamente me marcaron”.
A raíz del complot, Raúl Castro presidió una reunión en Holguín. «Una depuración al mejor estilo estalinista. Al año siguiente fui sancionado seis meses por un accidente en la Base Aérea de San Julián, en Pinar del Río. Estuve una semana en La Cabaña, en una galera de presos militares condenados por delitos comunes. Mi padre jamás me criticó por mi forma de ser. Me dio un consejo de oro: piensa por cabeza propia”.
Vladimiro siempre tuvo problemas por su carácter, cierta tendencia a la liberalidad y juzgar en voz alta las decisiones de los capos verde olivo. En la Cuba de los años 60, las dudas y cuestionamientos ideológicos eran un sacrilegio. El régimen disparaba a matar, encarcelar o desaparecer de la vida pública a todos los que se le opusieran. Fue el caso del supuesto sectarismo de Aníbal Escalante, uno de los altos dirigentes del PSP más cercanos a Fidel Castro a partir de enero de 1959. Al barbudo no le tembló el pulso y de un manotazo lo condenó al ostracismo.
Cuando en 1969 toda la nación fue movilizada para en una zafra producir 10 millones de toneladas de azúcar, Vladimiro se percató que Cuba era una dictadura. “En esa etapa me leí todos los clásicos del marxismo. La conclusión que saqué fue devastadora: Fidel era un tipo que llevaba al país hacia el precipicio. La ilusión de mi padre, de que la Constitución de 1976 podría encauzar el gobierno por los marcos legales, fueron infructuosas”, recordaba entonces.
Ser disidente en un sistema autoritario tiene su costo. Es un proceso gradual y traumático. Una operación sin anestesia. Los ciudadanos que escogen ese camino conocen sus consecuencias. Humillaciones públicas. Actos de repudio. Y el poder omnímodo del aparato estatal que asesina tu reputación o te confina en una celda tapiada de la Cuba profunda.
Vladimiro lo sufrió en carne propia. En junio de 1990 comenzó a manifestarse abiertamente como disidente político y fue expulsado de su trabajo. En 1996 fue uno de los fundadores del Partido Socialdemócrata Cubano, no reconocido por la autocracia gobernante. Al año siguiente, junto a la economista Martha Beatriz Roque Cabello, el abogado René Gómez Manzano y el profesor Félix Bonne Carcassés, fundaron el Grupo de Trabajo de la Disidencia Interna cuyo objetivo era estudiar y hacer propuestas acerca de la situación política, económica y social en la Isla y que contó con la colaboración del también disidente Arnaldo Ramos Lauzarique, especialista en la economía nacional.
El grupo redactaría La Patria es de Todos, un documento lanzado en julio de 1997 y que además de analizar el V Congreso del PCC, pedía abandonar el modelo dictatorial y respetar los derechos humanos. Después que una copia de La Patria es de Todos fuera entregada en el comité central del PCC, la Seguridad del Estado arrestó violentamente en sus domicilios a Vladmiro, Martha, René y Félix. El 1 de marzo de 1999, en un juicio-circo, fueron condenados por el delito de “acciones en contra de la seguridad del Estado cubano y sedición”.
De los cuatro enjuiciados, la sanción mayor, 5 años de privación de libertad, fue para Vladimiro, quien la cumplió íntegramente en la prisión de Ariza, Cienfuegos, hasta mayo de 2002. La cárcel no solo no debilitó los criterios y principios del hijo de Blas Roca: se bautizó y se convirtió en católico. Y siguió siendo fiel a su manera de pensar. Su sueño era ver el día que Cuba volviera a ser una república democrática. No pudo ser.
Iván García
Foto: Vladimiro Roca Antúnez (La Habana, 21 diciembre 1942-31 julio 2023). Tomada de RC Noticias.