Desde La Habana

Venezuela: el petróleo, el agua y la sed

Hugo Chávez no cree en lágrimas. El hombre va de frente, a toda velocidad, desesperado y ciego como un suicida con el país a rastras hacia el socialismo. Es decir, hacia el punto en el que los ciudadanos pierden sus libertades y se convierten en unas mascotas del Estado que decide el menú de los almuerzos y los horarios del odio, el amor y la melancolía.

Esa actuación clara, esa confesa vocación para el desastre, es su virtud más elevada en una zona abarrotada de políticos taimados y léperos, maestros de la simulación. Algunos le ponen cebos a la codicia de los empresarios para que se hable de un populismo responsable, como en Nicaragua. Otros se abrazan con ínfulas de pulpo a los sectores más desfavorecidos para que los acompañen en el viaje a la catástrofe anunciada.

El venezolano es bullanguero. Actúa como un reyezuelo regional para blindar la caravana enrumbada al precicipio. Esta semana puso en vigor una ley para controlar el precio máximo dictado por el Gobierno para unos 20 productos de aseo personal. Los superintendentes que harán el trabajo -junto a 23.000 comités de lucha contra la especulación- tienen un trabajo extra: vigilar las operaciones de las empresas transnacionales que funcionan en el país.

Las compañías que no obedezcan la disposición podrán ser castigadas con multas, penas de cárcel, cierre temporal y, desde luego, la expropiación.

Ese aparato policial no resolverá los problemas de la inflación. Va a perseguir y a reprimir. Enfermará de los nervios a los dueños de las firmas importantes. Y le subirá de golpe la velocidad a la máquina del presidente Chávez. Él reconoce ya que se vive el momento en que el Estado no sólo debe administrar la riqueza del petróleo. Hay que apropiarse de todos los bienes para que el socialismo salga a la calle en carne viva, se haga sentir y el líder aparezca como el enviado divino que le da sentido político a la vida, administra el patrimonio de la nación y distribuye con equidad los alimentos, el jabón, el champú, los pañales, el agua (y la sed), los zumos de frutas, el detergente y los desodorantes.

Chávez es audaz y es un fanático del poder de los resguardos. Tiene siempre una taza de café escondida por si llega alguien de la Casa Blanca.

Raúl Rivero
El Mundo

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