Gerardo, 52 años, economista, no se cree un pelmazo ni un zombi. Aunque su esposa piensa que es un lunático de primera clase. “Se ha pasado su mes de vacaciones con unos anteojos mirando a la bahía habanera y apuntando en una libreta la cantidad de barcos que entran por la bahía de La Habana”, dice con voz pausada su mujer.
El economista tiene sus razones para pasar de manera tan sosa sus vacaciones de verano. “La gente ni se imagina lo difícil de nuestra situación económica. Fidel con su culebrón de la guerra en Irán y las noticias por debajo del telón de los excarcelados, son una cortina de humo, oxígeno para el régimen. La realidad es que el país hace agua, una muestra de ello es la poca cantidad de barcos mercantes que entran al país, entre el 22 de junio y el 22 de julio sólo he contado el arribo de once», subraya el economista luego de revisar su cuaderno de notas.
Por supuesto, es una forma poco ortodoxa la de pasar un mes de vacaciones. Cerca del edificio pintado de verde donde vive Gerardo, en pleno malecón de La Habana, decenas de niños, negros y mulatos en su mayoría, descalzos y a espaldas de sus padres, se bañan en las quietas y azules aguas del paseo marítimo.
A pesar que está prohibido por las autoridades bañarse en el malecón, menores y adultos violan descaradamente el reglamento. Adrián, 13 años, se la pasa en grande. Sus padres no tienen dinero para llevarlo a la playa o a un centro de recreación.
“Siempre es igual, yo suelo pasar las vacaciones nadando en el malecón y jugando béisbol en la calle”, cuenta el fiñe, quien además de bañarse en el mar, suele pedir dinero y chiclets a los turistas.
No son pocos los muchachos en La Habana que juegan en lugares peligrosos sin el cuidado de personas mayores. En la parte vieja de la ciudad, un grupo de chavales se entretienen nadando en la cisterna contaminada de un edificio deshabitado por peligro de derrumbe.
A la gente parece no interesarle el riesgo que corren. A escasos metros, a un policía con boina negra y un perro pastor alemán no le preocupa las consecuencias de tales diversiones infantiles.
En estas vacaciones, quienes más se aburren son los más jóvenes. No todos. Los padres con moneda dura pueden darles otro tipo de esparcimiento a sus hijos. Rogelio, 42 años, gastronómico, los fines de semana lleva a sus dos hijos a parques de diversiones o piscinas en hoteles de primera.
“Se gasta mucho dinero. La entrada a la piscina de un hotel cuesta entre 5 pesos y 10 pesos convertibles (7 y 12 dólares). En los parques de atracciones se gasta un poco menos, así y todo, en lo que llevamos de vacaciones mi esposa y yo ya hemos desembolsado 160 pesos convertibles (200 dólares)», explica Rogelio.
Los meses de verano son un quebradero de cabeza para muchas familias con hijos. Deben prepararles almuerzos y meriendas. Y si algo escasea en Cuba son los alimentos, que valen su precio en oro.
Lo habitual es servirle un refresco instantáneo y un pan con tortilla o mayonesa en el almuerzo, mientras ven la programación infantil por la tele. Es lo más barato. Aunque según un especialista en nutrición consultado, resulta sumamente perjudicial a la salud consumir refrescos instantáneos, por el alto contenido de ciclomato de sodio, una sustancia cancerígena.
Casi siempre de forma ilegal, algunos choferes de ómnibus de empresas estatales, los fines de semana a 30 pesos (algo más de un dólar) per cápita, alquilan para dar transportar a un grupo de personas a playas al este de La Habana. Salen a las 8 de la mañana y regresan a las 5 de la tarde.
Para los padres más solventes hay opciones mejores. Ómnibus a 10 pesos convertibles por pasajero, para trasladarlos a Varadero o un centro turístico en provincias cercanas.
Los que tienen grandes entradas de divisas o son mandarines importantes en el gobierno, pueden darse el lujo de pasar varios días del verano en hoteles 5 estrellas. Pero no son muchos.
La gran mayoría de las familias cubanas disfrutan sus vacaciones frente a la pantalla de la caja tonta. O van al cine, la playa y el teatro. Quizá un día se tomen una botella de ron o unas latas de cerveza fría, mientras pican lonjas de cerdo asada.
La gente se las apaña para disfrutar sus vacaciones de la mejor manera. Se pasan la madrugada pescando en el malecón, o como Adrián, tirándose de cabeza desde el muro o los arrecifes, hacia las profundas aguas de la costa.
Al economista Gerardo podríamos colgarle el título del más aburrido de la ciudad. Estar un mes sentado en un sillón, observando barcos con unos anteojos parece cosa de lunáticos o chiflados. Por muy buenas razones que se tengan.
Iván García
Foto: surfcrest, Flickr