Desde La Habana

Una noche en Paso Canoas frontera con Panamá

Cuando Alex Sigler, 22 años, aterrizó en el aeropuerto de Quito con un calor africano y nubarrones que presagiaban un aguacero tropical, el pasado 11 de noviembre, comenzó su particular travesía en pos de alcanzar el sueño americano.

En cinco días de recorrido por la selva colombiana, Alex se tropezó con sicarios de pocas palabras y gatillo alegre.

“Los policías que supuestamente deben preservar el orden ciudadano son los primeros que se prestan para desvalijarnos. Casi todos los cubanos han sido esquilmados por los retenes colombianos. Los coyotes asustan. Lo mismo se dedican a traficar cocaína que personas. Hablan de sus hazañas criminales igual que un grupo de amigos comenta de fútbol en una peña del barrio”, explica Alex, tirado encima de unos cartones andrajosos en una terminal de ómnibus interprovinciales en el poblado costarricense de

Paso Canoas, a tiro de piedra de la frontera con Panamá.

En el andén duermen alrededor de 30 cubanos que ya fueron desvalijados o estafados por traficantes de drogas en Colombia. Lo han perdido todo.

Se encuentran sin dinero, en espera de que algún pariente o amigo desde Miami con urgencia les gire unos cientos de dólares que les permitan financiar los gastos para el resto del trayecto, si por fin las autoridades de Nicaragua les permiten el paso por su territorio.

Quemaron todas las naves. En la Isla lo vendieron todo. O casi todo. El azaroso periplo por ochos países hasta arribar a la frontera de Estados Unidos es muchísimo más duro de lo que suponían.

Pero no se arrepienten. “Ya estaba cansado. En Cuba somos un número. Las personas cuentan solo para ir a votar en las elecciones o apoyar al gobierno. Puede que me vaya mal en la Yuma, pero al menos seré un hombre libre”, señala Alex, quien en Caibarién, a unos 350 kilómetros al este de La Habana, dejó a su esposa y una hija de cuatro meses de nacida.

El poblado de Paso Canoas es un asentamiento de casas bajas y tenderetes ambulantes donde se vende toda la mercadería posible. De noche parece mudo. Los más de 300 cubanos que llegan en un goteo imparable desde Panamá tienen varias opciones de hospedaje a mano. Los que arriban sin un centavo duermen en el viejo paradero de ómnibus de Canoas.

Otros pagan cinco dólares la noche, la tasa de hospedaje más baja, en un hostal caluroso y sin ventanas que regenta Pepe Restoi, un catalán que con sus dos manos alzadas vota por la soberanía de Cataluña.

“Hombre, no es que yo sea un desecho de virtudes, desde luego que el drama de los emigrantes cubanos me sensibiliza. Pero soy un hombre de negocios. En Paso Canoas, entre hoteles y casas de huéspedes, se localiza una veintena. De lo que se trata es de mantener ocupada tu propiedad”, dice Restoi en el portal de la pensión El Azteca.

Sería muy pretencioso llamar hoteles a una cadena de casas adaptadas para huéspedes o agrandada a la carrera para rentar a los más de 3,125 cubanos que desde el 15 de noviembre caminan por Paso Canoas.

Los precios les resultan caros a un segmento de balseros terrestres que a tono con el cierre del paso en la frontera de Nicaragua, los hace sacar cuentas y rascarse la cabeza para estirar el dinero, luego de haber gastado entre 3 mil dólares y 4 mil en su viaje por Ecuador, Colombia y Panamá.

“Hay que ser muy previsor con el dinero. Debes ocultarlo en lugares insospechados para que no te desplumen los sicarios colombianos. Todavía queda atravesar cuatro países antes de arribar a Estados Unidos y la plata se va agotando”, apunta Alfredo Ávila, 28 años, ingeniero eléctrico que residía en la oriental provincia de Holguín.

Entre los emigrados isleños hay diferentes jerarquías. Los de extrema pobreza son aquéllos que pernoctan en el piso de cemento sin pulir de la terminal de ómnibus y, a falta de baño, orinan en un vertedero.

“Esto es duro. La mayoría come una vez al día. De equipaje solo tienen sus ropas. Por el camino, para aligerar la marcha, van dejando sus pertenencias o las venden para poder comer”, indica Alex.

Gabriel, un joven recién salido del Servicio Militar en Cuba, señala que cruzando Colombia un compatriota se vio obligado a improvisar una vara de pescar para poder alimentarse.

Los emigrados que tienen una economía más holgada pernoctan en hoteles de tercera o cuarta categoría que en Costa Rica serentan a precios de primera. El hostal El Descanso no cuenta con recibidor. Un amplio bodegón hace las veces de restaurant, bar y en ocasiones, los cubanos que esperan cruzar la frontera beben cerveza sin demasiada moderación.

Una noche, en una borrachera monumental armaron un escándalo en la piscina causando heridas leves a huéspedes costarricenses.

“Tuve que llamar a la policía. Muchos cubanos tienen un comportamiento inapropiado. En particular los de La Habana, quienes se creen que se lo merecen todo. Se roban las toallas, destruyen los tomacorrientes y siempre se están quejando, a pesar que la gerencia del hotel decidió rebajarles la tarifa a nueve dólares por noche”, expresa Rey Guzmán, administrador de El Descanso.

La escasez de dinero ha llevado a varias chicas a prostituirse o pedir dinero a los ticos. “En el campamento de Peñas Blancas dos o tres muchachas me propusieron sexo a cambio de 20 dólares. Otra me pidió dos dólares para comprar cigarrillos”, apunta Jorge, taxista costarricense.

Pasada las doce de la noche, Yadira, una morena esbelta de 22 años, natural de Las Tunas, a unos 600 kilómetros de la capital, bailaba un merengue dominicano rodeada de un coro de hombres pasados de copas que le silbaban.

“Ella es alegre. Y si pesca un hombre que la salve (ofrezca dinero) le vendrá bien. Todos los cubanos que estamos acá la hemos pasado mal, pero las mujeres peor. Tengo una amiga que la violaron siete veces en Colombia”, dice Magda, una rubia que en Cuba era dueña de un pequeño negocio de manicure.

Entre los emigrados errantes de la Isla los hay con suficiente dinero para alojarse en el mejor hotel de Paso Canoas, un edificio de dos pisos, pintado de color marfil que alquila por 50 dolores la noche.

¿De dónde sacan tanto dinero algunos cubanos para pagar entre diez o doce mil dólares en un país con un salario promedio de 23 dólares?, le pregunté al ingeniero Alfredo a la entrada de la pensión El Azteca.

“Muchos vendieron el carro, su casa o prendas de oro. Otros ganaron dinero gracias a negocios privados. O reciben suficiente dinero de sus parientes en Estados Unidos. Pero la mayoría viaja con dinero propio, que después de reunirlo se lo envían a un familiar en el extranjero para que poco a poco se lo haga llegar. No es recomendable viajar con demasiado efectivo”, responde.

Gabriel hizo un trato con una hermana que vive en Miami. “Ella me ofreció un préstamo y yo al llegar a Estados Unidos se lo devuelvo”, confiesa preocupado. Su cuentas supera los 3 mil dólares y aún está varado en Paso Canoas.

Incluso lejos de Cuba, no pocos emigrados sienten pánico de hablar ante las cámaras o responder preguntas de los periodistas. “Si hablo de más, en caso de que me devuelvan no podré pertenecer ni al CDR”, apunta un joven sin camisa en la terminal de ómnibus.

Todo lo contrario de un negro de complexión robusta que descargó su frustración culpando al gobierno de los Castro. “Ellos son los que tienen la culpa de que la gente tenga que marcharse de su país. Ni muerto regreso”.

Esa es la percepción de los cubanos encallados en Puerto Canoas. No hay marcha atrás.

Iván García, desde Costa Rica

Foto tomada de La Nación.

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