Un viejo zorro y experimentado reportero, en confianza y en tono apagado, me dijo: “Tira muchas curvas, enseña poco la recta, intenta hacer historias de color que no te traigan problemas, luego cobras y vive lo mejor posible, si andas con el AKM en ristre, el gobierno te va a pasar la cuenta”, me indicó el avezado periodista, vividor, oportunista y cínico como muchos en Cuba, que quieren tener un buen salario en moneda dura, sin tener grandes complicaciones con el status quo.
El viejo reportero conoce mi amor por el periodismo deportivo, y por ello usó la jerga beisbolera. «Dar curva» en la isla es narrar sobre la historia del malecón, el barrio chino o el Capitolio. Hablar de cosas curiosas o contar cómo un paquete de periódicos Granma tirado por una avioneta en las montañas orientales mató por la fuerza del golpe a una vaca. O sea, que escribiera «noticias» intrascendentes y dejara a un lado los artículos críticos.
Para escribir crónicas de color y tirar curvas, renuncio a escribir en El Mundo. Digo y cuento lo que pienso. Ustedes, los lectores, tienen la oportunidad de mostrar sus desacuerdos en los comentarios. Estoy muy lejos de creer que lo que escribo sean verdades absolutas. Quizás esté equivocado. Pero son mis opiniones sobre algún suceso, tema o personaje.
A estas alturas de mi vida, con casi 45 años, defiendo sin temor mis criterios. Tengo miedo de ir preso muchos años como prometen las leyes cubanas hacia todas aquellas personas que disienten públicamente. No tengo vocación de mártir. Pero no voy a cambiar mis ideas. Aunque vaya a parar a una celda tapiada de la seguridad del estado o una sucia galera de una prisión cubana.
Es sano el ejercicio de la discrepancia. Y también el debate de ideas y el diálogo con personas que piensen distinto. Pero cuando en Cuba un medio te critica o ataca, tiembla. Te están enviando un mensaje de ida y vuelta. Algo así como, cállate o te haremos talco.
Se sabe que el inicio de una ofensiva vigorosa por parte del aparato estatal, es el preludio de otras acciones. Desde actos de repudio hasta amenazas y humillaciones a tu familia. O en último caso, detenerte, sancionarte y mandarte a chirona.
Yo le preguntaría a un periodista de calibre como Max Lesnik o al abogado José Pertierra, si alguna vez han sentido sobre sus nucas el soplo paralizante de los servicios secretos de Estados Unidos o el abrazo de oso del gobierno gringo, por tener criterios discrepantes sobre el sistema norteño o manifestar admiración por la Revolución cubana.
Me temo que no. Cierto que en la Florida, en los años 70 u 80, un grupo de intolerantes cubanos, más terroristas que otra cosa, llegaron hasta el asesinato de personas que apoyaban a Castro. Pero en este siglo 21 algo debe haber cambiado en la Pequeña Habana. Y de más está decir que ninguna administración estadounidense instruye a sus medios oficiales, como la Voz de América, para intimidar a sus rivales políticos.
Estados Unidos es capaz de lo mejor y de lo peor. Cualquier loco que tenga un mal día, con una carabina al hombro y silbando una canción de Bruce Springsteen, liquida a una docena de personas como si estuviera practicando el tiro al blanco en una feria. Presiento que Lesnik o Pertierra y los compatriotas al otro lado del charco, tienen toda la libertad del mundo para escribir y decir lo que piensan.
En Cuba no. Y ese es el punto. Desde que nací, en 1965, nunca he conocido eso que se llama democracia. Y antes de morir, quisiera vivir en una sociedad plural, donde tu persona no le interese en lo más mínimo al Estado. Y si los gobernantes no me aprecian, por ciertas leyes escritas en la Constitución, no se me encierre en una cárcel.
Me da igual quien esté en el poder. Sea comunista, liberal, verde, socialdemócrata, de derecha o de centro izquierda. Pero que haya ganado en unas elecciones. Me pregunto si esto es un sueño imposible. Creo que no. Por eso escribo lo que pienso.
Recuerdo que en una tarde fría y gris de febrero del 2003, el poeta y periodista cubano Raúl Rivero, con dos dedos en su máquina Olivetti Lettera-25 tecleaba: “Ningún mandato me puede impedir escribir en el país donde nací y nacieron mis abuelos. Soy un hombre que escribe”. Yo también. Aunque tenga mucho que perder.
Con la paranoia típica de las personas hostigadas y con mis temores a cuestas, enviaré historias, artículos y crónicas sobre la realidad de mi país. Redactadas desde mi destartalado apartamento en la barriada de la Víbora, mi patria chica. No seguiré el consejo del avezado reportero. Escribiré muchas rectas, pocas curvas.
Iván García