Las aperturas, concesiones, convenios y acuerdos económicos que han hecho y harán las democracias occidentales con el régimen castrista sirven sólo para ayudar a instalar en Cuba la versión caribeña (ya existe en China y en Viet Nam) del capitalismo dirigido por el Partido Comunista. Y ese escenario pone más lejos el día de la libertad.
Es cierto que esa nueva categoría de relaciones provoca, en el plano económico, una confusión entre la miseria y la pobreza en la sociedad cubana. Es verdad también que algunos grupos de cubanos alcanzan cierto bienestar que era imposible cuando se consideraba un delito desde limpiar zapatos hasta rellenar fosforeras.
Esas nuevas políticas, que instrumentan tanto la Unión Europea como Estados Unidos, rebajan en algunos grados, en ciertas zonas de la población, la escasez, la falta de alimentos y el control de las mesas familiares que se estableció, en 1963, con la aún vigente libreta de racionamiento.
Pero ese, desde luego, no es el camino del desarrollo y el progreso. Es nada más que una ilusión que sostienen las prótesis de un capitalismo de quincalla, mientras que los jefes, sus herederos y sus sirvientes más cercanos continúan su vida de privilegios en un quicio alejado de la realidad que tienen que vivir las mayorías.
En los dos países asiáticos que La Habana mira como ejemplo para que la dinastía de los Castro siga en el poder, se ha producido un avance en el plano de la economía y el comercio. Eso sí, la palabra libertad quedó tan muerta como estaba en los manuales comunistas. La disidencia, con una o dos excepciones, ha desaparecido de la vida pública.
Tanto en China como en Viet Nam son los señores del partido comunista quienes ponen las coordenadas para las libertades individuales y son ellos los que, como antes, marcan las líneas y ordenan los borrones que hay que hacer en los originales de los medios de prensa.
La dictadura militar está en disposición de suscribir todos los convenios que le ayuda a llenar sus cajas fuertes, pero no por ello dejará de perseguir, apresar y golpear a los cubanos que dicen sus verdades en aquellas tierras y trabajan de manera pacífica por cambios reales.
De modo que la política nos propone esta foto: mientras la Unión Europea trabaja para respaldar un acuerdo de cooperación y diálogo negociado con el gobierno castrista y Raúl Castro se retrata como un venerable anciano feliz por la firma en Cartagena, Colombia, del tratado de paz con la guerrilla que se entrenó en Cuba, la policía política desató una brutal campaña represiva contra la oposición en la isla.
Un pedazo de pan, tal vez. Pero ningún espacio para los ciudadanos libres.
Raúl Rivero
El Nuevo Herald, 1 de octubre de 2016.