Desde La Habana

Un extraño en el carnaval

En la ciudad de Florianópolis, Santa Catarina, en el enorme Brasil, le pusieron este año un toque extraño a los carnavales.

Al ritmo de la escuela de samba União da Ilha da Magia, sacaron una carroza que era un carricoche emparentado con un tanque de guerra rutilante y lleno de serpentinas. Al frente, en actitud combativa, protegido por un cañón con remisiones fálicas, iba un actor esbelto y desapercibido que se hacía pasar por el argentino Ernesto Che Guevara (afeitado con precisión y elegancia con Gillette azul); y a su lado una señora envuelta en una bandera cubana.

La nostalgia de algunos encuentra subvenciones para viajes patéticos. La imagen, desde luego, no ha podido verse en Cuba, un país en el que Guevara vivió varios años y donde nadie lo puede asociar a las fiestas. No hay quien se atreva a decir que el combatiente de la Sierra Maestra tuviera tiempo ni deseos de salir a arrollar en una de aquellas congas de los años 60 con miles de personas en la calle que coreaban estribillos tan irreverentes y agresivos como «A esa mulata, a esa mulata, tírala por el balcón» o aquél otro que se preguntaba «Cómo no va a llorar, cómo no va a llorar si se lo llevan pa Camagüey».
La figura de Ernesto Che Guevara, sin dejar de sobrevolar ciertas capitanías de izquierda, ha pasado, en Cuba, a compartir la colección de cartelones con los perdedores del socialismo fracasado y a complementar el dogma impuesto en el saludo matinal de los escolares que deben levantar la mano derecha hacia el cielo y gritar: «¡Pioneros por el comunismo, seremos como el Che!».

La polémica se ha traslado al ámbito de su país natal. Allá, en Argentina, circulan ahora dos libros sobre el hombre. Uno, titulado La estrella de un revolucionario, lo presenta como un santurrón que deberá servir de ejemplo a las nuevas generaciones de ciudadanos. El otro, El canalla, la verdadera historia del Che, no se le agradece que haya muerto por sus ideas, sino que se le reprocha «que haya fusilado a mansalva por imponerlas».

Son dos visiones irreconciliables. Dos maneras de asumir la vida de Guevara que sólo servirán para hundir más su presencia en el pasado, para dejarlo en la parafernalia de las evocaciones obligadas y con fecha fija, mientras los tiempos nuevos, la inteligencia y las necesidades de cambios procuran soluciones y fórmulas que ya no pasarán nunca más el carisma prefabricado de figurines.

El libro de Guevara como guía de los niños de América está concebido como un cuento poético. Se presentó en la pasada Feria de Guadalajara y, para su editor y coautor, el argentino Guido Indij, «son varios los valores humanistas del Che: la solidaridad, el compromiso por los proyectos, con el prójimo, con los más desposeídos, características que aparecen en el libro y que cualquier padre quiere transmitir a sus hijos».

La obra está ilustrada por el dibujante surcoreano Hu Yun Lee, y es, a mi modo de ver, un acercamiento peligroso al señor Guevara si se trata, como han confesado los editores, de ponerlo entre los libros de cabecera de los ciudadanos que vienen a vivir con el sueño del progreso y de la tolerancia.

El canalla, la verdadera historia del Che, del periodista, escritor y abogado argentino Nicolás Márquez (1975), es un libro duro, implacable, bien documentado y sorprendente por el detalle y la minuciosidad del relato que, por cierto, también puede ser poético pero a las órdenes de otra estética.
El intelectual presenta una imagen diferente de Guevara. Un perfil que en algún momento queda resumido así: «Lector voraz, ajedrecista intuitivo, provocador contumaz, comunista tardío y fusilador sistemático».

De todas formas, el examen de sus compatriotas, sea cual fuera, es un sitio mejor que una carroza bajo la noche. O que la etiqueta de una botella de cerveza inglesa.

Raúl Rivero

Foto: La ‘señora envuelta en una bandera cubana’ es Aleida Guevara March, la hija mayor del Che con la cubana Aleida March. Tiene 50 años y es pediatra.

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