Roberto, campesino de Lazo de la Vega, comunidad perteneciente al poblado de Cangrejera, al sur de La Habana, duerme con su caballo Cascabel desde que supo que a su vecino más cercano le robaron el suyo.
A pesar de los gritos de su mujer, que no soporta al animal en el dormitorio, Roberto decidió no separarse de él. Lo peor de todo fue la historia, contada por un policía de Cangrejera que contempló la escena.
Cuando llegaron los guardias a la casa del ladrón, vieron al caballo descuartizado en medio de grandes charcos de sangre, la cabeza cortada, los ojos desorbitados.
A Roberto, que prefiere que no se conozca su apellido, se le hizo un nudo en la garganta y no supo qué decir. Se dirigió al potrero donde dormía Cascabel, le puso las bridas, llegó tembloroso a la casa, donde su mujer lo esperaba en el umbral de la puerta y le dijo:
-A partir de hoy, Cascabel duerme conmigo. Si quieres, puedes irte a la casa de tu hija.
Luego, Roberto me contó que como la cosa anda tan mal en el país, cada día los caballos corren más riesgos de ser asesinados. Y no sólo los caballos; también las vacas, puercos, chivos, aves de corral… Cualquier cosa que camine o vuele y se pueda comer.
De nada vale que el delito de hurto y sacrificio animal conlleve una sanción de 8 años de cárcel, si se trata de un penco, o casi de 20 si roban un semental del Estado, traído del extranjero. Con mucha frecuencia se sacrifican animales robados.
«Los animales, me explica Roberto, no están seguros ni en jaulas enormes hechas de cabillas de media pulgada de grosor. Los campesinos cubanos esconden sus animales hasta debajo de la cama, por temor a que no estén en sus corrales al amanecer».
-Como es el mejor caballo del mundo, Cascabel dormirá conmigo hasta mi muerte. Me puedo quedar ciego o mudo y Cascabel me lleva a donde él sabe que voy cada mañana. Tiene mejor memoria que yo. ¿Cómo voy a perderlo? ¡Por nada de este mundo¡
-Es un caballo muy veloz, ágil, resistente y cumple al pie de la letra mis órdenes, porque para él, quien manda soy yo. Entre nosotros hay una identificación muy profunda. Hasta tiene mis mismos gustos: disfruta el silencio.
-¿Y qué ocurrió con su esposa? ¿Ya está de acuerdo con usted?, le pregunto.
-¡Para nada! Ella duerme con su hija, a un kilómetro de aquí. Se encabritó de mala manera. Las mujeres son como las yeguas de pura raza: si le haces algo que les molesta, te la cobran algún día. Entonces, por mí, que se quede por allá. Voy a seguir durmiendo con mi caballo.
Texto y foto: Tania Díaz Castro
Cubanet, 29 de octubre de 2013.