El sol calienta fuerte sobre el edificio gris y blanco ubicado en la calle Águila, esquina Dragones, al lado del Barrio Chino de La Habana. En el inmueble, antigua sede de la Cuban Telephone Company, ahora radican oficinas de la empresa cubana de telecomunicaciones (ETECSA).
En el matutino (acto revolucionario breve), el jefe de la dependencia nombra a un grupo de trabajadoras, para que el próximo sábado tomen parte en el asedio a la casa de Laura Pollán, una de las figuras claves de las Damas de Blanco, que en esta primavera de 2010, tiene a los mandarines del gobierno con jaqueca y bastante miedo.
Las caminatas de la Damas, exigiendo la libertad de sus familiares, ha llevado al régimen de los hermanos Castro a montar un permanente operativo frente al hogar de Pollán.
La manera que tienen para frenarlas es usando como tropa de choque a empleadas de tiendas y centros laborales situados en zonas cercanas a la casa de Laura Pollán, en Neptuno 963 entre Aramburu y Hospital, Centro Habana.
La historia que les cuento sucedió hace dos semanas. Un grupo de trabajadoras de ETECSA, casi todas militantes de la juventud o el partido comunista, fueron designadas para impedir que las Damas de Blanco salieran de la casa de Pollán.
Algunas mujeres, alegaron enfermedad o problemas familiares para evadir su participación. Quieren escurrir el bulto. Son personas preparadas, con acceso a internet o tienen en sus hogares la ilegal antena por cable.
Han visto la que se forma. Las ofensas y la violencia. El jefe se pone fuerte: “Ustedes representan a las organizaciones del partido y la juventud en el centro, esto no es un favor, es una orden”.
De no muy buenas ganas van. Para Lucrecia, joven recién graduada de ingeniería en telecomunicaciones, es casi una aventura. Verá por primera vez a las «mercenarias» que son noticia en los reportes que a hurtadillas lee por internet.
Las nominadas marchan a la casa de Pollán con inquietud. Si se forma una gresca no saben qué hacer. Rosario nunca ha golpeado a nadie. Mucho menos a mujeres que reclaman la libertad de sus esposos, hijos o hermanos. “Si yo tuviese un familiar preso, hiciera lo mismo”, confiesa.
Más que odio, sienten cierta admiración. Algunas, las más desinformadas, comentan que a las Damas de Blanco les pagan 20 dólares por cada caminata. “Si es así, un día yo también voy a tomar parte”, dice sonriendo Elena.
Una morena corpulenta, con aires de luchadora de sumo, está al frente de las mujeres. “La tipa tenía pinta de esbirro y rasgos lombrosianos, apenas sonría”, recuerda Lucrecia.
A las empleadas de ETECSA se les unen otras mujeres que trabajan en tiendas ubicadas por los alrededores. Ningún hombre. ¿Y si se forma una pelea?, pregunta una chica. La militar vestida de civil de mala gana responde: “Eso es un problema de nosotros”, refiriéndose a las fuerzas del orden.
Permanecen doce horas sentadas en la acera, frente a la casa de Laura Pollán. Militares vestidos de civil, que se mueven en motos Suzuki, constantemente les dan orientaciones.
Pasadas las 3 de la tarde, ya con un hambre atroz, llegan unos militares con cajas de cartón con un arroz congrí frío y desabrido y un huevo hervido. La mayoría protesta. “Esto es un rancho, si por participar en esta mierda y arriesgarse a recibir golpes te dan esta porquería de comida, conmigo que no cuenten más”, dice una de las mujeres.
Un oficial las calma. “Por favor, recuerden la difícil situación económica que vive el país”. Casi todas botan la comida en el contenedor de basura. Cayendo la noche las desmovilizan. Ese día, las Damas no salieron a dar su caminata.
A la jornada siguiente todas las empleadas de ETECSA que tomaron parte en el acoso a la vivienda de Laura Pollán se quejan a sus jefes. “Ni se les ocurra volver a citarme para otro acto de repudio, conmigo no cuenten, vayan ustedes”, dice insultada una de ellas. Los jefes callan ante la avalancha de maldiciones. No tienen otra opción.
El gobierno quiere vender la imagen de que el pueblo, de forma espontánea, es quien reprime a las mujeres de blanco. Muchas personas participan por miedo y por diversos compromisos. Ya sean políticos o por mantener la apariencia. Nadie en una empresa importante quiere señalarse como “desafecto al gobierno”. Todo es un montaje. Al mejor estilo cubano.
Iván García