Barack Obama y el Departamento de Estado no son tontos. Pero en el tema Cuba actúan como si lo fuesen. Su despiste es monumental. Deben revisar sus fuentes de información.
El equipo de la NSA encargado de monitorear las llamadas telefónicas desde y hacia Cuba, emails y preferencias del todavía exiguo número de internautas en la isla parece estar de vacaciones.
Un consejo a los tanques pensantes de Estados Unidos que trazan estrategias políticas para Cuba: la obsesión perturba la perspicacia.
Analicemos los puntos en contra de tener como vecino a un par de dinosaurios autócratas. Es cierto que Fidel Castro expropió empresas estadounidenses sin pagar un centavo. También despojó de sus negocios a cientos de cubanos que ahora son ciudadanos de ese país.
Castro tenía toda la pinta de un caudillo. A 90 millas de Estados Unidos, descaradamente, se alió con el imperio soviético y hasta emplazó en Cuba armas nucleares. Desestabilizó gobiernos en América Latina. Se involucró en el tablero de la guerra fría participando en diferentes guerras africanas.
Como les resultaba un tipo molesto, intentaron matarlo de un disparo en la frente o con un potente veneno que se activaba al usar su estilográfica. Por mala suerte o falta de agallas de sus ejecutores, los planes fallaron.
Durante cinco décadas, el barbudo siguió arremetiendo contra el imperialismo yanqui. Luego aparecerían Hugo Chávez y la comparsa de Evo Morales y Rafael Correa. En Centroamérica, vuelve a la silla presidencial el impresentable Daniel Ortega. Sigue la lata antiamericana.
Puedo entender lo que representa un vecino fastidioso. Vivo en un edificio donde una mujer se pone a gritar insultos a las 8 de la mañana y otro suele escuchar reguetón a todo volumen. Pero el sentido común dice que, o te mudas de casa, o aprendes a convivir con personas diferentes.
Cuba y Estados Unidos siempre van a estar ahí. Más cerca de lo que quisieran. ¿Qué hacer?
Un político estadounidense se puede alarmar porque en la isla no hay democracia, ni libertades políticas o de expresión. Sabe que los cubanos al otro lado del charco tenemos tres periódicos estatales que dicen lo mismo y la disidencia está prohibida. Consideran que es un horror. Y cándidamente piensa: ‘Vamos a ayudarles. A enseñarles cómo se instaura una democracia’.
Es ahí donde entra a jugar la filantropía gringa para revertir el estado de cosas. Tienen razón en sus disecciones, pero les falla la solución.
Los problemas de Cuba, que van desde la exclusión política, ausencia de una sociedad civil autónoma, analfabetismo jurídico de una mayoría de los ciudadanos, ausencia de libertad de prensa y de partidos políticos y la oposición es ilegal, es un asunto que le concierne solo a los cubanos.
Por incapacidad, egos y estrategias descabelladas, la disidencia no ha podido conectar con los ciudadanos de a pie. Ocho de cada diez cubanos están contra el gobierno y su probada ineficacia. Por ahora, su decisión es escapar.
No es por falta de información que la gente no se lanza a las calles. Cuba no es Corea del Norte. Se venden radios con onda corta y hay miles personas conectadas a antenas ilegales de cable. Solo que les interesa más ver un partido de Miami Heats o a Yasser Puig jugando con los Dodgers que seguir las noticias en CNN en español.
En estos momentos, en Cuba hay dos millones de usuarios con teléfonos móviles. Pueden y usan SMS. Pero no para denunciar los atropellos a los derechos humanos. Los usan para pedir dinero a su familia en Miami, un iPphone último modelo o que los parientes agilicen los trámites migratorios para marcharse definitivamente del país.
En la isla, internet es el más caro del mundo. Una hora cuesta 4,50 cuc (5 dólares), equivalente a dos libras de carne de res en el mercado negro. Suelo ir dos veces por semana a salas de navegación y converso con muchas personas.
A la mayoría no le interesa leer El País, El Mundo o El Nuevo Herald. Tampoco Granma o Juventud Rebelde. Prefieren pasar emails y tuitear, a su onda. Subir fotos a Facebook, para buscar pareja o trabajo en el extranjero.
¿Qué están obstinados de la política? Supongo. ¿Qué tienen miedo ir a la cárcel si se deciden a enfrentarse abiertamente al régimen? Por supuesto. ¿Son masoquistas, no les gustaría vivir en una sociedad democrática? Evidentemente que sí. Pero no tienen vocación de mártires.
Esa desidia política entre un segmento grande de la población, hastiada del manicomio verde olivo, es un terreno fértil para la labor proselitista de la oposición, que es la que no ha hecho su trabajo.
La gente está ahí, en las calles. Solo que los disidentes prefieren hacer tertulias entre ellos mismos, charlar con diplomáticos y desde 2013, viajar por el mundo para disertar sobre el status quo en Cuba y tirarse la foto con pesos pesados como Obama, Biden o el Papa Francisco.
Para los gringos tengo una noticia buena y otra mala. La mala es que resulta una tontería mayúscula pretender tumbar a los Castro con Twitter, llámese Zunzuneo o como se llame. La buena es que este tipo de regímenes totalitarios no ha funcionado en ningún lugar del mundo y se desmoronan por sí solos. Deben tener paciencia.
Hay un refrán popular en Cuba que encierra una verdad de Perogrullo: los deseos no hacen hijos.
Iván García
Foto: Jóvenes habaneros con sus celulares. Tomada de Diario de las Américas.