Antonio Rodiles, uno de los más laboriosos enemigos del gobierno cubano, o al menos uno de los más elocuentes, ha dicho que la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca es “una buena noticia para Cuba”. Es difícil criticar a Rodiles, que está todos los días en peligro de que los agentes de la Seguridad del Estado, o sus propios vecinos, le rompan la nariz de nuevo, habiéndolo hecho ya una vez con exquisita precisión, o de que lo acusen de cualquier monstruosidad, desacato, asalto, incitación a la violencia, no haber asistido a los funerales de Fidel Castro, y lo echen a un calabozo sin ventanas, sin luz y sin justicia.
Rodiles sale cada domingo a las calles de La Habana a protestar contra un gobierno que considera ilegítimo, una proeza que no podría ser comparada con las batallas de Peralejo o Las Guásimas, o el cruce de la Trocha de Mariel a Majana, pero que requiere más coraje político y personal del que todos los diputados de la Asamblea Nacional podrían reunir entre ellos para cambiar una coma en un decreto del gobierno de Raúl Castro, si se les ocurriera, inesperadamente, que una coma sobra en uno de esos decretos.
A diferencia de otros líderes de la oposición cubana, y también de la mayoría de los diputados de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Rodiles sabe incluso hablar con corrección, en culto español, y quizás es por eso que los periodistas extranjeros prefieren hablar con él y no con otros a los que apenas pueden entender. Pero lo que le dijo a El País es un peligroso sinsentido, no puede ser Trump una “buena noticia” para Cuba siendo una tan mala para todos los demás países del mundo, incluyendo aquellos cuyos líderes, Vladimir Putin, Theresa May, Benjamín Netanyahu, egoístamente, esperan beneficiarse con el ascenso de un rufián a la presidencia de los Estados Unidos. A no ser que Rodiles piense que Trump no es un rufián.
Rodiles se negó a decir si la victoria de Trump era también una “buena noticia” para los Estados Unidos. “No me meto en eso,” respondió, tajantemente. “No es mi problema”. Quizás Rodiles piensa que si lo oyen en la Embajada norteamericana en La Habana o en el Departamento de Estado en Washington criticando el carácter, las habilidades o las intenciones de Trump, aunque sea tan levemente que la crítica parezca casi una gentil observación, no lo van a invitar más a la Embajada, o a esas conferencias, congresos y seminarios, uno cada mes en Miami, Madrid o Washington, donde los participantes debaten ardorosamente el futuro de Cuba, condenan la maldad de Castro y lamentan la pusilanimidad de Barack Obama.
La discreción de Rodiles, su renuencia a opinar sobre los asuntos internos de otro país, es admirable, particularmente porque él no parece en modo alguno opuesto a que políticos extranjeros hablen de los asuntos internos del suyo. A finales de diciembre, Rodiles participó en un panel organizado por la oscurantista Heritage Foundation en Washington junto a dos antiguos funcionarios de la Administración de George W. Bush, los ex subsecretarios de Estado Roger Noriega y Otto Reich, quienes aprovecharon la ocasión para explicar, según reporta Diario de Cuba, que “la nueva Administración tiene la oportunidad de reorientar la política estadounidense hacia los derechos humanos y la libertad del pueblo cubano”.
Los señores Noriega y Reich son coautores de la infame Ley Helms-Burton de 1996, que más que una ley es la lista de los términos implacables que impondría Estados Unidos al gobierno cubano si este capitulara, así que es posible imaginar qué recomendarían esos dos a la Administración Trump que hiciera, en caso de que alguien en la Casa Blanca todavía se acuerde de ellos y les pregunte qué hacer con Cuba. Opinar, Noriega y Reich pueden opinar lo que quieran, sobre Cuba o sobre Júpiter, si les da por eso, es su derecho, nadie en Washington les va a romper la nariz por hacerlo. No se ve por qué no podría Rodiles, a su vez, decir lo que con más o menos tacto han dicho tantos otros líderes políticos alrededor del mundo, que el populismo feroz, racista e ignorante de Trump es una amenaza gravísima para la seguridad internacional, para los derechos de las naciones, para las libertades públicas de los norteamericanos, y también, por supuesto, para Cuba.
A menos que Rodiles crea que Trump es tan inofensivo como Tian Tian, el panda gigante del Zoológico Nacional de Washington, y si es así, también podría decirlo. Rodiles se ha abstenido de censurar a Trump, de momento, pero no a Obama. Él cree, se lo dijo a El País, que el legado de Obama en Cuba podría ser descrito en dos palabras, “indolencia y fantasía”.
En un video publicado por el Foro por los Derechos y Libertades después de las elecciones estadounidenses del 8 de noviembre, Rodiles aparece junto a otras personas celebrando la victoria de Trump y criticando la estrategia cubana de Obama. “Fue muy frustrante”, explica Rodiles en el video, “ver cómo la Administración Obama fue permitiéndole al régimen ganar espacio, ganar espacio político, ganar espacio en lo económico y dejar al pueblo cubano y sus demandas a un lado”. Y más: “Lamentablemente, el legado del Presidente Obama en el tema Cuba no es positivo… no es positivo, su política ha sido contraproducente, su política ha generado que el régimen se sienta mucho más estable, se muestre mucho más violento”.
No está claro, sin embargo, qué esperan Rodiles y sus colegas del Foro que haga Trump, exactamente. “La Administración del nuevo presidente Donald Trump me parece que dará mucho más espacio a la oposición cubana, dará mucho más espacio al tema de derechos y libertades fundamentales, y el pueblo cubano podrá manifestarse más abiertamente, a pesar de que el régimen, por supuesto, va a hacer todo lo posible por que no sea así”.
Es probable, en efecto, que el 20 de mayo, si el mundo dura hasta entonces, una comitiva de opositores cubanos, incluyendo quizás al propio Rodiles, sea recibida en la Casa Blanca, como ocurrió siempre antes de Obama, y que el propio presidente de los Estados Unidos escriba en Twitter un mensaje en jovial spanglish condenando a Raúl Castro y sus secuaces.
Pero no se ve cómo los tweets del energúmeno que los estadounidenses han elegido como Comandante en Jefe van a sacar a los cubanos a la calle, y tampoco es fácil de imaginar que el gobierno cubano acepte sentarse a la mesa con Rodiles o cualquier otro opositor, solo porque el presidente de Estados Unidos lo demande, o incluso si lo pone como condición para mantener relaciones diplomáticas o seguir permitiendo que los cubanoamericanos manden dinero a sus familias en la isla y puedan visitarlas cuando quieran. Si los miembros del Foro por los Derechos y Libertades creen que ésas son condiciones que la Administración Trump debería imponer, deberían decirlo claramente, y correr el riesgo de que Trump o uno de sus amanuenses los oiga y les haga caso, y el riesgo, aún más grande, de que los oigan los cubanos.
Es perfectamente legítimo que una parte de la oposición cubana desapruebe la estrategia de Obama para normalizar, hasta donde es posible normalizar algo que ya nunca será normal, las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Quién podría asombrarse de que quienes desean el inmediato derrocamiento de Raúl Castro no tengan confianza en un plan que admite la improbabilidad de que el gobierno cubano sea derrocado por una rebelión interna, reconoce que Raúl ha sido aceptado, con indiferencia o resignación, como presidente legítimo de Cuba por casi todas las naciones del mundo, toma nota de la debilidad política e intelectual de los grupos opositores, y apuesta por el lento, pero imparable crecimiento de una nueva sociedad civil post castrista que inevitablemente llegará algún día a reclamar más derechos políticos y económicos que los que Raúl o sus sucesores estarían jamás dispuestos a concederles.
Ese plan, es verdad, no le atribuye particular importancia al Foro por los Derechos y las Libertades, ni a otros grupos de nombres igualmente altisonantes, cuyos integrantes sintieron que su antiguo patrón los había abandonado, súbitamente y sin guardar las formas. No todos los grupos de oposición han juzgado tan negativamente las decisiones de Obama respecto a Cuba como lo han hecho Rodiles y los suyos. Otros, con amargo pragmatismo, han advertido que es insensato oponerse frontalmente a una política muy favorablemente recibida a ambos lados del Estrecho de la Florida, que ha beneficiado, por supuesto, al gobierno cubano, pero también a millones de simples, llanos y ordinarios hombres y mujeres, y que cuando menos, le quitó a Raúl, por dos cortos años, la excusa del enemigo, siempre a punto de arrancar a Cuba del fondo del mar con un solo, brutal zarpazo.
No había nada fantasioso en la estrategia de Obama, aunque sí lo hay en la ilusión de que el gobierno cubano hubiera aceptado sentarse a la mesa con Rodiles y los demás líderes de la oposición si Obama hubiera insistido en ello, y que lo hará si Trump hace esa demanda con su característica grosería. Es como si Rodiles, después de tantos años y tantos golpes, todavía no conociera a Raúl Castro.
Antes de ponerse a las órdenes de Trump, y conspirar con los elementos más reaccionarios de la nueva Administración para romper la tregua entre Estados Unidos y Cuba, la oposición cubana, en particular su sector más conservador, debería tomarse unas semanas para reflexionar si no sería más sensato evitar aliarse a quienes han llegado al poder con un programa que no solo causa muy justificada alarma a la comunidad internacional, sino que debería causar también repugnancia a cualquier persona honrada, sea su honradez de derechas o sea de izquierdas.
La oposición cubana haría bien en conservar la relativa independencia de Estados Unidos que Obama, benévolamente, les regaló, o si se quiere, les forzó a aceptar, y mantener la distancia con un gobierno que en solo dos semanas ya ha colocado a su país al borde de una perniciosa crisis política y casi constitucional.
A no ser, dígase de nuevo, que no vean nada particularmente censurable en lo que Trump hace y dice, o crean que su vandalismo está justificado porque obtuvo diez mil votos más en Michigan que Hillary Clinton y quince mil más en Wisconsin. Sería muy mala noticia para Cuba que una parte de ella, aunque sea una muy pequeña, se vuelva Trumpista, por oportunismo, por un desatinado sentido de autopreservación, por necedad e ignorancia, o peor aún, por genuina afinidad ideológica con un gobierno que hace parecer a Nixon, Reagan y los dos Bush socialdemócratas.
Pero aún más grave es que todavía la oposición cubana espere que sean los Estados Unidos, Barack Obama o Donald Trump, y no esos simples, llanos y ordinarios hombres y mujeres de la isla, los que le otorguen el derecho de discutir el futuro de Cuba con Raúl Castro o cualquier capitoste que venga después. Trump los va a decepcionar, además. No solo no va a conseguir doblegar a Raúl, sino que quizás ni siquiera trate de hacerlo, no con la tenacidad y astucia que tal empresa requeriría. Y cuando caiga, como es probable que ocurra, arrastrará consigo a todos los que no hayan tenido buen cuidado, y sí, la decencia, de mantenerse lejos de él.
Juan Orlando Pérez
Publicado en El Estornudo el 1 de febrero de 2017 con el título Mala noticia.
Foto: Antonio Rodiles hablando en la Heritage Foundation, en Washington, el 14 de diciembre de 2016. Tomada de McClatchy DC.