Apenas aterrizó el vuelo charter en la terminal tres del Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana, un trailer con cuatro operarios se pusieron a descargar enormes bultos sellados con plástico, que suelen acarrear los cubanos residentes en la Florida para aliviar la miseria de sus parientes pobres en la Isla.
Radicado hace dos décadas en Tampa, luego de pasar el chequeo, Rigoberto cuenta que comienza “la batalla contra los oficiales de la Aduana, cada vez más ásperos y corruptos que buscan la forma de esquilmarle dinero a los viajeros”.
Afirma Rigoberto que es difícil traspasar la frontera sin tener que pagar una gabela extra o hacer algún regalo a un funcionario de la Aduana. “Quienes viajan habitualmente a Cuba saben de lo que hablo. Si a eso sumas que las leyes aduanales son restrictivas y cobran impuestos carísimos, la conclusión que saco es que los cubanos radicados en el extranjero somos una caja de caudales para el gobierno”.
Rigoberto vive a caballo entre La Habana y Tampa. Dos años atrás se compró un apartamento en un barrio habanero para “cuando me jubile tener mi pisito, porque si algún día las cosas cambian en Cuba, las casas y apartamentos en la se van a revalorizar tremendamente. Tanto en la Florida como en la Isla, la mayoría de las personas está protestando por las nuevas regulaciones que prohíben los vuelos comerciales y que a partir del 10 de marzo los charters solo volarán a La Habana y no a otras provincias».
Los más perjudicados son los emigrados, pues se pronostica que a partir del 10 de marzo los pasajes subirán de precio (se rumora que podrían costar dos mil dólares). Los que tienen familiares fuera de La Habana tendrán que pagar para trasladarse hasta el lugar. Rigoberto considera que «ese dinero lo van a cobrar las mismas empresas militares que Trump no quiere que ingresen dólares. El gobierno cubano tampoco es santo. Desde 1959 ha tenido una política anti inmigrante. Nos llamaban gusanos o escoria. Solo le interesamos para ordeñarnos y ganar dinero. Nos cobran los pasaportes más caros del mundo. Y tenemos que pedir permiso para entrar a nuestro país. Es bueno no olvidar eso”.
En Cuba la economía estatal es un desastre. Los salarios son una burla. Y la política una puesta en escena. Nada es lo que parece ser. Esas incongruencias son posibles porque un segmento amplio de cubanos transgrede las leyes. Sobreviven comprando alimentos, ropas y electrodomésticos en el mercado negro.
El régimen lo sabe. Y hasta cierto punto lo permite. Contadas son los ciudadanos que respetan las leyes en Cuba. El Estado no suple las necesidades, entonces la gente se las agencia como puede.
Desde luego que el culpable del desastre es la autocracia verde olivo. Incapaz de administrar con calidad los servicios públicos y generar riquezas. Pero la dictadura ha sabido manejar a su favor el embargo de Estados Unidos. Que es un disparate, por dos razones. La primera, porque tiene más agujeros que un queso suizo: en Cuba se venden alrededor de cincuenta productos con patente estadounidense. Y la segunda, porque le sirve de propaganda al régimen ante el mundo para justificar su inoperancia.
Algún día los académicos podrán estudiar cuánto ha beneficiado el embargo de Estados Unidos a la sostenibilidad del castrismo. Se sabe que el auténtico bloqueo es el del gobierno al pueblo. Sobre todo a los familiares en la diáspora. Que tiene que pagar precios excesivos para enviar paquetes, comprar comida y recargar las cuentas telefónicas y de internet.
Excepto Barack Obama, ningún presidente en Estados Unidos ha podido dejar en evidencia el cinismo de la dictadura cubana. Con los vuelos charters pasa lo mismo. El régimen se vende como víctima, cuando hace cinco años no autorizó a varias empresas extranjeras a abrir un ferry entre las dos orillas. Optó por los cruceros. Prefirió el dólar fresco de los turistas, antes que los viajes de emigrados llevándoles cosas para hacerle la vida un poco más cómoda a sus familiares en Cuba. En cada ferry una persona podía cargar más de cien kilogramos.
Pero Raúl Castro dijo no. Prefirieron los vuelos charter, controlados por un antro semi mafioso con varias agencias radicadas en la Florida y autorizadas por el gobierno, que cobra impuestos carísimos por la carga extra.
Josué, recuerda que ace un año pagó más de mil dólares en un vuelo charter por dos televisores, electrodomésticos y un aire acondicionado a su familia que vive en la provincia Villa Clara, 270 kilómetros al este de La Habana. “Todo el mundo en Miami sabe que las agencias que manichean los charters colaboran con el gobierno cubano y son unos ladrones. Pero es la única vía que tenemos para hacerle llegar cosas a nuestras familias. Este diferendo entre los dos gobiernos provoca que las llamadas telefónicas a Cuba sean la más caras del mundo y que los degenerados que mandan en la Isla cobren internet a precio de oro. Somos rehenes de la política del gobierno cubano y de los congresistas cubanosamericanos que diseñan las políticas de Estados Unidos hacia Cuba”.
Un funcionario del gobierno federal dijo a Diario Las Américas que las nuevas regulaciones “están siendo utilizadas con fines electoreros en Miami y políticos en Cuba. Realmente, si lees detenidamente las medidas es más un reajuste operativo que otra cosa”
A partir del 10 de marzo, el gobierno de Estados Unidos autoriza 3.600 vuelos anuales a La Habana, unos nueve vuelos diarios. El funcionario prefirió no comentar por qué solo se autoriza volar a la capital cubana y no al resto del país, provocando mayores gastos a los compatriotas cuyos familiares residen en otras provincias.
Diez personas consultadas para esta nota consideran que las nuevas regulaciones afectarán más al pueblo que al gobierno. Nuria, ingeniera y ferviente católica, confiesa que no sabe qué hemos hecho los cubanos para merecernos lo que nos está pasando. «Trump no pone una con Cuba y el gobierno aquí está viviendo del cuento. Los cubanos ya no podemos emigrar a Estados Unidos. Ahora, para rematar, el déficit de gas licuado. Parece que el enemigo somos nosotros, no el gobierno, ¿dónde está Dios que permite estas cosas”
Geográficamente hablando, La Habana está a 369 kilómetros de Miami. Pero la realidad demuestra que cada vez estamos más lejos. De Estados Unidos y de Dios.
Iván García
Foto: Trabajadores de un aeropuerto cubano dan la bienvenida a un vuelo charter. Tomada de Dime Cuba.