Son duras de pelar. A estas chicas de shorts cortos y ceñidos, escotes descarados y exceso de lápiz labial, no las detiene el el acoso policial ni los años de cárcel si las pillan. O las enfermedades de trasmisión sexual.
Tampoco le temen a los vientos fríos y húmedos que por estos días visitan La Habana. Y ahí están a la caza de clientes. Paradas en grupos de a tres, a la salida de una discoteca.
En el siglo 21, las jineteras de la generación C (todas nacidas con la revolución de Castro) estaban acostumbradas a juergas, tragos y sexo pasado por cocaína o un buen porro de marihuana con turistas.
Es lo deseable. Ligar un ‘paco’ (español) o un anciano canadiense. Pero estos son tiempos de crisis. “Los españoles que ahora aterrizan son tacaños”, dice Yordana, 16 años, sentada en un parque con unas amigas.
Aprovechan para ofrecer sus servicios. Sexo a la carta. Y no muy caro desde la óptica de un extranjero o un cubano sobrado de plata que por las noches sale a pescar putas. Y también para anunciarse. “Somos unas mulatas llenas de carnes y tetas sin siliconas”, dice una de ellas. Por una mamada piden 5 dólares, 10 por penetración y 20 por un cuadro lésbico.
Así y todo, si usted no está para esos trotes y anda escaso de “balas” (dinero), eres decente y les compras unas cervezas, de regalía te permiten masturbarte, aunque sin tocarlas.
Cae la madrugada en La Habana. El viento frío ha mandado temprano a la cama a los bohemios, sodomitas y cazadores de putas. Pero Yordana y sus amigas se resisten a regresar a su hogar sin dinero.
Caminan a lo largo de la calle Línea y se detienen a la entrada de cada centro nocturno, a esa hora repletos de chicos y turistas que salen pasados de tragos, a ver si alguno cae seducido antes sus carnes duras.
Pero no es su noche de suerte. La competencia está fuerte. Una banda de jineteras que no sobrepasan los 15 años ya ‘marcaron el terreno’ y levantaron a los clientes. Cansadas de caminar, las chicas se quitan los altos tacones y cabizbajas van rumbo a la parada del ómnibus. El frío cala los huesos. Abrazadas, intentan calentarse.
En la calle 23, cuatro tipos con un litro de ron barato las miran con lascivia y les hacen una propuesta. Andan con unos monos azules de faena y cemento seco adherido en sus brazos. Las putas dudan.
“Muéstrame el dinero”, dice una de ellas. Un señor maduro enseña un manojo de billetes. “Somos albañiles y estamos festejando. Acabamos de cobrar 300 pesos convertibles (360 dólares)”, apunta con voz ronca y la líbido por las nubes.
Hacen sus consultas y Yordana, la líder, acepta. “Se ven un asco. Pero estamos a fin de año y necesitamos plata. Además, luego de pasarnos toda una madrugada con frío y sin un pase de coca o un buen trago de ron, nos merecemos llegar a casa con algún dinero”, expone con énfasis Yordana.
El sol ya asoma cuando se marchan en grupo, abrazados y cantando baladas por el malecón. Son tiempos de crisis también para las putas.
Iván García