He leído en los últimos días, en algunos medios que no voy a promover aquí, unas críticas veladas y otras descubiertas sobre el empecinamiento de las Damas de Blanco en salir a reclamar -en las calles crispadas y peligrosas de La Habana- la libertad de sus familiares encarcelados.
Esas quejas tienen, a veces, una cordialidad ambivalente concebida con la idea de disimular lo que es una labor orientada para producir un desplazamiento intencionado y parcial del origen de los episodios de violencia y hostigamiento que se organizan cada domingo en las inmediaciones de la iglesia de Santa Rita, en la barriada de Miramar. Sucesos diseñados por la policía y protagonizados por los habituales e irascibles integrantes de las brigadas de respuesta rápida.
Y se trata del uso manipulador del idioma español para responsabilizar a las víctimas con las escenas de fuerza, acosos brutales, golpizas y ensañamiento que, enseguida y con un retrato al desnudo de la intolerancia, salen a recorrer el mundo.
Empecinarse es obstinarse, aferrarse y encapricharse. Y esa palabrería no se puede identificar con las intenciones de quienes se arriesgan, entregan todos los días su salud, sus energías y el tiempo de sus vidas para pedir, mediante oraciones y manifestaciones pacíficas, que sean liberados los presos políticos. En castellano, en buen castellano, las Damas de Blanco son mujeres tenaces porque esa definición tiene que ver con la resistencia.
El delito, la arbitrariedad y el encono está en el gesto inicial del régimen. En las condenas de la Primavera Negra del 2003 y en la obsesión de mantener en los calabozos a más de medio centenar de activistas de derechos humanos, periodistas y bibliotecarios.
Los empecinados son los que se empeñan en que esos hombres permanezcan detrás de las rejas donde cumplen condenas de hasta 28 años de cárcel, después de unos juicios preparados con apuro y torpeza por unos maromeros provenientes de la carpa de un circo.
La obstinación y la intransigencia están en quienes, desde el poder y con soberbia, tienen en peligro de muerte al preso político Ariel Sigler Amaya, un líder de la oposición que ha dejado en las celdas de castigo su juventud y vive, desde hace meses, desnutrido y sin mejoría, en una silla de ruedas.
Así, la nómina de opositores y periodistas presos y enfermos ya es mayor que la de los que tienen una salud estable dentro de las prisiones. En esa lista está el comunicador Normando Hernández, ingresado en una sala de penados de la Seguridad del Estado en un hospital militar de la provincia de Camagüey.
Ricardo González Alfonso, Adolfo Fernández Sainz, Pedro Argüelles Morán (casi ciego en la prisión de Canaleta), Víctor Rolando Arroyo, Miguel Galván Gutiérrez, José Luis García Paneque y Juan Carlos Herrera Acosta, aparecen entre los 26 presos en peores condiciones de salud.
Los reclamos de las Damas de Blanco tienen una relación directa con el tiempo real y con la supervivencia de sus familiares. No es juego, ni un debate que se pueda solventar en los diccionarios. Ellas son mujeres tenaces que luchan por la libertad y la vida. Lo demás es empecinamiento y extravío.
Raúl Rivero
El Nuevo Herald
2 de mayo de 2010