Para José, 76 años, jubilado, Cuba no es país para viejos. Lo dice mientras hace cola en una panadería al sur de La Habana. La fila es larga y decide sentarse en la escalera de un edificio ruinoso, desde donde puede observar si hay inspectores o policías por los alrededores. Se baja la mascarilla, coge un poco de aire y comienza a fumar.
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