La realeza tiene sus manías y sus perversidades folclóricas. Días atrás, el príncipe Carlos de Gran Bretaña y su esposa Camilla, estuvieron en La Habana. Comieron croquetas de frijoles negros, tomaron guarapo de caña, degustaron un buen mojito y pasearon en un almendrón por las calles llenas de baches de la ciudad. Se trata de la capital de un país apresado en una dictadura, empobrecido, arruinado, sin alimentación ni medicinas y en el que enormes sectores de la ciudadanía sueña todas las noches, con irse a encontrar una vida decente. El heredero del trono inglés se llevó unas croquetas para ...
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