Hasta los perros callejeros, andrajosos y hambrientos, se guarecen en los portales de La Habana cuando el reloj marca la una de la tarde. El sol quema y la humedad encharca de sudor la ropa. Después del mediodía las calles habaneras se asemejan al desierto de Sahara. La gente se refugia en sus casas y los transeúntes, casi desesperados, entran a cualquier tienda, cafetería o un banco estatal con aire acondicionado para recibir como una bendición un chorro de clima refrigerado. En ese desolador panorama tropical de un mediodía del mes de julio en Cuba, donde todos huyen del calor ...
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