Hace un par de meses, bajo un sol matutino que metía miedo, el equipo de atletismo cubano que competiría en los próximos Juegos Olímpicos se entrenaba en la pista sintética del deteriorado Estadio Panamericano, al este de La Habana, bajo la mirada atenta de una decena de preparadores con cronómetros colgados al cuello mientras tomaban notas en sus tablillas. En una esquina de la pista, bajo la sombra, como si huyera del asfixiante calor, se adiestraba Dayron Robles con unos audífonos al oído y su inseparable gafas de tosca armadura. La historia de Robles, luego de conquistar la medalla de ...
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