A mediados de febrero de 2003, un mes antes de la oleada represiva contra la disidencia cubana, pasadas las 9 de la mañana demoré casi una hora en poder abordar un ómnibus de la ruta 100, que entonces iniciaba su recorrido en la esquina de Diez de Octubre y O’Farrill, en La Víbora, y terminaba en el Reparto Naútico, municipio Playa. El transporte público, asignatura pendiente del régimen, era caótico. Mi destino era la casa de Ricardo González Alfonso, en Calle 86 entre 7ma. y 9na, Miramar, al oeste de la capital, para entregar un par de notas que luego ...
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