Encima del buro de madera carcomida, el jefe de almacén de un restaurante estatal revisa la orden del día. Después, junto al cocinero se dirige a una vieja y oxidada báscula y comprueba el peso de los víveres a entregar. Cuando abre el frigorífico, un olor repugnante inunda la estancia. En un gancho cuelgan dos perniles de cerdo, cuatro cajas de picadillo MDM de pollo y dos bolsas de queso fundido.
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