Desde el piso veinte de un edificio próximo al malecón habanero las azules aguas del Océano Atlántico parecen que se pueden tocar con las manos. A esa altura no se divisa la desastrosa infraestructura de La Habana. Ni sus calles rotas, salideros de agua o los inmuebles despedazados por la mala gestión estatal. Cuando Victor, dueño de un micro negocio de hospedaje se siente frustrado, se pasa una hora en el balcón con una taza de café observando la vista panorámica que ofrece su apartamento en el céntrico barrio del Vedado. Antes de comentar su preocupación por las presuntas nuevas ...
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