En la vieja parroquia al sur de La Habana, dos monaguillos preparan el altar antes de la misa dominical. Unos pocos devotos se sientan en los amplios bancos de madera y esperan en silencio la ceremonia. Al fondo del escenario se escucha un piano desafinado y un coro juvenil que ejercita los salmos antes de comenzar la misa. Es un domingo de sol tibio del falso otoño cubano.
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