Cuando cae la noche y el hambre aprieta, Ulises, 56 años, indigente de aspecto demacrado, registra en los depósitos de basura aledaños a una cafetería privada para buscar sobras de comida. En una jaba de nailon guarda los trozos de pizzas o pan. Y en una deteriorada vasija metálica vierte los restos de arroz y huesos de pollo que en alguna ocasión encuentra.
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