Primavera de 1980, La Habana. No había amanecido cuando un grupo de gendarmes atropelladamente entraron a las celdas de castigo del Combinado del Este, conocidas como la ‘pizzería’. Después de poner a los reclusos de espalda a la pared en un angosto pasillo, un oficial del Ministerio del Interior les habló en voz alta y sin rodeo. “Fue tajante: o se montan en una guagua que está esperando allá afuera y se marchan a Estados Unidos, o dentro de tres días se les duplicará la sanción, ustedes escogen. Imagínate, yo estaba condenado a 20 años de cárcel por asesinato. Irme ...
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