Ya no es aquel tipo corpulento de uniforme verde olivo y pistola rusa en la cartuchera, que improvisaba discursos en cualquier plaza pública de la isla o en un estudio de televisión hablaba durante horas hasta quedar afónico. Esta rancia versión de un Fidel Castro encorvado, peinado hacia atrás igual que un anciano de asilo después del baño, con su chándal azul de Adidas y con voz quebrada leyendo una diatriba breve, decididamente fue anulada por la kryptonita. Pero aún mete miedo a sus secuaces. O a los amanuenses. Como la editora de Cubadebate, Rosa Miriam Elizalde, quien en una ...
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