A tres meses de asumir de un dedazo la presidencia de un país, el señor Miguel Díaz Canel se despoja a toda velocidad de las alternativas de un ser humano común y corriente que trastabillaba angustiado en las siniestras estructuras del poder en Cuba, para convertirse, de una manera sistemática y definitiva, en un nuevo diosecillo nacional. Un hombre diferente cuyos gestos pueden ser consideradas reacciones divinas y ademanes celestiales, mientras que las palabras que pronuncia tienen de facto toda la hondura de la sabiduría y la trascendencia de la historia. Esa trasformación urgente, ese paso al universo de las deidades ...
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