El único signo mágico de la represión política es que produce invisibilidad. Nadie lo veía ni lo quería ver. Sus viejos amigos, los jóvenes que aprendieron a entender la poesía con sus versos y los vecinos, los compañeros de la escuela primaria y del bachillerato se quedaban con los ojos vacíos cuando Heberto Padilla (Cuba 1932-Estados Unidos 2000), bajaba por La Rampa, una leve hondonada donde late toda La Habana, rumbo al malecón de mano con su mujer, la escritora Belkis Cuza Malé y, a veces, escoltados por Virgilio Piñera, el hombre que más miedo tenía en Cuba, pero que ...
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