El sábado, bien temprano en la mañana, Agustín, 69 años, profesor jubilado de matemáticas, acomoda los percheros de la ropa de uso que vende en un estante improvisado en el portal de su casa. En una mesa coloca un viejo reloj despertador de la era soviética, cajetillas de cigarros Populares, paquetes de café mezclado con chícharos que venden por la libreta de racionamiento, una calculadora china y un pomo de agua de colonia.
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