El sol de octubre reverbera en la piscina del decadente hotel cinco estrellas Meliá Península Varadero, a unos 140 kilómetros al este de La Habana. Una escena inusual: turistas extranjeros cargando agua de la piscina en bolsas de nailon para descargar el baño. Un huésped cubano grita molesto: “De pinga este país. Nada funciona. Ni el turismo”.
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