Alrededor de una larga mesa metálica, cuatro hombres sin camisa amasan pequeñas bolas de harina que posteriormente depositan en unas bandejas ennegrecidas. En la esquina de la mesa, una bocina portátil reproduce reguetón a volumen moderado. Son las dos de la madrugada y el vapor que desprende el rústico horno eléctrico de la panadería, donde se cuecen varias bandejas de pan, satura el ambiente con un calor denso y asfixiante.
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