Durante años, una de mis obligaciones diarias en Cuba, era colocar un mantel en la mesa de la sala-comer y sentarme a limpiar arroz. Cuando ya estaba limpio, mentalmente tenia que prepararme para saber si lo iba a poder cocinar sin problemas en la olla arrocera: más de una vez, un apagón me cogió con el arroz acabado de poner. Y tenía sacarlo y continuar cocinándolo en el caldero de hierro.
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