Ni siquiera la brisa que llega del mar mitiga el soporífero calor. Un señor imperturbable, con una desteñida gorra de los Marlins y enguatada zurcida, desafía la canícula sentado en el muro del malecón con su vara de pescar. En el costado derecho del pescador, hay un pomo plástico de agua y al otro lado una caneca de ron casero.
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