A las dos y media de la mañana, el apagón. Luciano abrió la última gaveta del armario, cogió un trozo de cartón y fue hasta el cuarto donde dormía su hijo de 8 años. Ya su esposa le estaba echando fresco con un abanico. Los mosquitos zumbaban como aviones en sus oídos. Una hora después, el niño rompió a llorar debido al calor.
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